En 1969 el psicólogo Carl G. Jung publicó su libro Los
Arquetipos y el Inconsciente Colectivo, provocando un sismo en los entonces
basamentos de la psicología tradicional. Acostumbrada a un enfoque inclinado hacia el psicoanálisis freudiano, ésta centraba su atención en la
práctica clínica y/o terapéutica, en aras de comprender procesos mentales, así
como en intervenir el desarrollo de enfermedades con el objeto de rehabilitar
la psique. Así, cuando Jung emerge con
su noción de que existen conexiones entre ciertas representaciones de nuestro
pasado como especie, que trascienden generaciones y serían constitutivas de
nuestra identidad biológica (los arquetipos), produce una disrupción en el
entonces orden establecido, generando las siempre deseables dudas en todo campo
del conocimiento. Según la tesis de este Inconsciente Colectivo, legados
de culturas ancestrales habrían experimentado a través del tiempo aquellas manifestaciones, en forma de emociones, anhelos o acciones.
Debates aparte, lo interesante del hito en
cuestión se traduce en el referido hecho de ampliar la mirada respecto a las
formas clásicas de hacer prosperar la ciencia, sin perder el norte respecto de
su propósito (conocer y comprender el mundo) y sus métodos (rigurosidad y
falseabilidad), este último punto, por cierto, donde se le cuestiona al
reconocido médico y ensayista suizo. Tal realidad de contrastes y resistencias,
de orden y caos, ha estado presente en otros tejidos de la psicología moderna. A
efectos de las líneas que siguen, nos referiremos a las maneras tradicionales de aproximarse al mindfulness o meditación,
cuyo abordaje investigativo se fundamenta en la evidencia sobre la
observación del otro, desde una mirada externa a la encarnación de la vivencia.
¿Podrían la solidez teórica y el registro de datos acaso estar omitiendo
aspectos elementales de esta sensación emanada de cada ser humano, no
endosables de forma íntegra entre la primera persona (que moviliza) y la
tercera persona (que analiza) dentro de práctica terapéutica?
A este llamado atiende la propuesta ontológica
de la Humanidad Compartida, al menos desde la perspectiva impulsada por
el profesor Claudio Araya Véliz en el libro que lleva este nombre (Humanidad
Compartida: habitando juntos el momento presente) el cual, más allá de
inquietar a las formas ortodoxas de entender y documentar las conexiones que
establecemos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, persigue la simple
práctica e introspección intencionada, en busca de conciliar aquellas
emociones, anhelos o acciones que forman parte de nuestra esencia, sea que
compartamos o no un Inconsciente Colectivo.
De forma sencilla, La Humanidad Compartida nos
habla de conexiones dotadas de significado, que pueden producirse entre
personas que habiten un mismo tiempo vital pero que no se restringen a las
limitaciones del Cronos: su esencia no sólo se basa en la empatía, sino
más allá, una especie de experiencia bidireccional común con el proceso ajeno,
de un conocido, de alguien localizado en otro país e incluso en otro momento
histórico, que encarnó momentos de felicidad, inquietud o dolor. Incluso en un
juego de interpretación, el propósito de esta suerte de co-dirección energética
nos llevaría a unir ambos dominios, cultivando una o más relaciones con
personas con las que tenemos contacto y podríamos a la vez sentir que las
conocemos de otra vida, o de toda la vida.
En la relación con uno mismo, la Humanidad
Compartida también tiene qué decir. Nos recuerda que todos nos encontramos
en un sendero propio, disímil y por tanto incomparable entre sí. Algunos de
búsqueda, otros de realización, otros de extravío, donde la sensibilización de
lo humano debe poder aflorar para reconocer y nutrir la experiencia compartida.
Reafirma el valor del autocuidado, desde la autocompasión, un componente por lo
general olvidado en nuestra “apretada agenda diaria”. Motorizado por la práctica
cotidiana y la puesta en servicio de la propia vivencia, esta idea amplifica no
sólo la posibilidad de comprender al prójimo, sino de acompañar su flujo vital
también desde ese cuidado, para el alivio de sus infortunios, sufrimientos y
reveses, en una espiral de aceptación y valoración de la vida -contraria al
nihilismo- que se asemeja al código de conducta del estoicismo, desde la acción
y la aceptación (Amor Fati, noción definida así tiempo después por Nietzsche).
Así, al reconocer en el otro una parte de nosotros, de sus luchas y caídas, de
sus conquistas y satisfacciones, podemos integrar la totalidad de la
experiencia en nuestro avatar corporizado.
Esta mirada representaría una oda hacia el
concepto de Alteridad, entendida como la experiencia de la otredad: la
existencia de otro ser humano, con rostro, identidad y bagaje en el devenir de
la existencia catapulta mi propia noción de vida -subjetividad- hasta el plano
de la vivencia compartida -intersubjetividad-, expandiendo así las premisas
éticas y morales sobre las cuales ejercemos nuestro libre albedrío o
irrevocable práctica de la libertad individual.
La Humanidad Compartida nos recuerda que no
elegimos cuando nacer, ni las condiciones en que lo haremos, pero sí refuerza
en la premisa tolkieniana de que podemos elegir qué hacer con el tiempo que se
nos ha dado, y que por tanto los encuentros de almas entre seres vulnerables
son un camino hacia la eudaimonia (florecimiento o autorealización),
pudiendo completar el círculo de la vida. La Alteridad nos permite situarnos en
el lugar del otro, en lo ajeno, no sólo para coadyuvar en los estragos de su
interior sino también para crear nuevos caminos, bajo la idea de que éste tiene
información importante de la que carezco, favoreciendo así un proceso de
co-construcción creativa que conduce al aprendizaje mutuo. Finalmente, la alteridad nos recuerda a
respetar y amar a las personas por su naturaleza. No sólo por sus virtudes,
sino principalmente, en sus horas bajas: en palabras de Jung, enseñaría a
comprender y amar a la sombra, los demonios, los sitios oscuros a donde pocos
en las sociedades actuales llegarían para conquistar y conquistarse (pues la
persona es mi espejo bajo este enfoque, sus ojos son mis ojos) interiorizando
que a su vez provienen de una historia.
Para quién sepa apreciarlo, la Humanidad
Compartida representa un salto de calidad hacia el árbol relacional de la
existencia que en parte pareciera hemos perdido, producto de la operativización
y/o sistematización de la vida. Su simplicidad y profundización constituyen una
oportunidad exploratoria en las maneras del Ser, de actuar y de amar en el
mundo.
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