sábado, 8 de junio de 2024

La Humanidad Compartida: una oda a la Alteridad

 


En 1969 el psicólogo Carl G. Jung publicó su libro Los Arquetipos y el Inconsciente Colectivo, provocando un sismo en los entonces basamentos de la psicología tradicional. Acostumbrada a un enfoque inclinado hacia el psicoanálisis freudiano, ésta centraba su atención en la práctica clínica y/o terapéutica, en aras de comprender procesos mentales, así como en intervenir el desarrollo de enfermedades con el objeto de rehabilitar la psique.  Así, cuando Jung emerge con su noción de que existen conexiones entre ciertas representaciones de nuestro pasado como especie, que trascienden generaciones y serían constitutivas de nuestra identidad biológica (los arquetipos), produce una disrupción en el entonces orden establecido, generando las siempre deseables dudas en todo campo del conocimiento. Según la tesis de este Inconsciente Colectivo, legados de culturas ancestrales habrían experimentado a través del tiempo aquellas manifestaciones, en forma de emociones, anhelos o acciones.

Debates aparte, lo interesante del hito en cuestión se traduce en el referido hecho de ampliar la mirada respecto a las formas clásicas de hacer prosperar la ciencia, sin perder el norte respecto de su propósito (conocer y comprender el mundo) y sus métodos (rigurosidad y falseabilidad), este último punto, por cierto, donde se le cuestiona al reconocido médico y ensayista suizo. Tal realidad de contrastes y resistencias, de orden y caos, ha estado presente en otros tejidos de la psicología moderna. A efectos de las líneas que siguen, nos referiremos a las maneras tradicionales de aproximarse al mindfulness o meditación, cuyo abordaje investigativo se fundamenta en la evidencia sobre la observación del otro, desde una mirada externa a la encarnación de la vivencia. ¿Podrían la solidez teórica y el registro de datos acaso estar omitiendo aspectos elementales de esta sensación emanada de cada ser humano, no endosables de forma íntegra entre la primera persona (que moviliza) y la tercera persona (que analiza) dentro de práctica terapéutica?

A este llamado atiende la propuesta ontológica de la Humanidad Compartida, al menos desde la perspectiva impulsada por el profesor Claudio Araya Véliz en el libro que lleva este nombre (Humanidad Compartida: habitando juntos el momento presente) el cual, más allá de inquietar a las formas ortodoxas de entender y documentar las conexiones que establecemos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, persigue la simple práctica e introspección intencionada, en busca de conciliar aquellas emociones, anhelos o acciones que forman parte de nuestra esencia, sea que compartamos o no un Inconsciente Colectivo.

De forma sencilla, La Humanidad Compartida nos habla de conexiones dotadas de significado, que pueden producirse entre personas que habiten un mismo tiempo vital pero que no se restringen a las limitaciones del Cronos: su esencia no sólo se basa en la empatía, sino más allá, una especie de experiencia bidireccional común con el proceso ajeno, de un conocido, de alguien localizado en otro país e incluso en otro momento histórico, que encarnó momentos de felicidad, inquietud o dolor. Incluso en un juego de interpretación, el propósito de esta suerte de co-dirección energética nos llevaría a unir ambos dominios, cultivando una o más relaciones con personas con las que tenemos contacto y podríamos a la vez sentir que las conocemos de otra vida, o de toda la vida.

En la relación con uno mismo, la Humanidad Compartida también tiene qué decir. Nos recuerda que todos nos encontramos en un sendero propio, disímil y por tanto incomparable entre sí. Algunos de búsqueda, otros de realización, otros de extravío, donde la sensibilización de lo humano debe poder aflorar para reconocer y nutrir la experiencia compartida. Reafirma el valor del autocuidado, desde la autocompasión, un componente por lo general olvidado en nuestra “apretada agenda diaria”. Motorizado por la práctica cotidiana y la puesta en servicio de la propia vivencia, esta idea amplifica no sólo la posibilidad de comprender al prójimo, sino de acompañar su flujo vital también desde ese cuidado, para el alivio de sus infortunios, sufrimientos y reveses, en una espiral de aceptación y valoración de la vida -contraria al nihilismo- que se asemeja al código de conducta del estoicismo, desde la acción y la aceptación (Amor Fati, noción definida así tiempo después por Nietzsche). Así, al reconocer en el otro una parte de nosotros, de sus luchas y caídas, de sus conquistas y satisfacciones, podemos integrar la totalidad de la experiencia en nuestro avatar corporizado.

Esta mirada representaría una oda hacia el concepto de Alteridad, entendida como la experiencia de la otredad: la existencia de otro ser humano, con rostro, identidad y bagaje en el devenir de la existencia catapulta mi propia noción de vida -subjetividad- hasta el plano de la vivencia compartida -intersubjetividad-, expandiendo así las premisas éticas y morales sobre las cuales ejercemos nuestro libre albedrío o irrevocable práctica de la libertad individual. 

La Humanidad Compartida nos recuerda que no elegimos cuando nacer, ni las condiciones en que lo haremos, pero sí refuerza en la premisa tolkieniana de que podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado, y que por tanto los encuentros de almas entre seres vulnerables son un camino hacia la eudaimonia (florecimiento o autorealización), pudiendo completar el círculo de la vida. La Alteridad nos permite situarnos en el lugar del otro, en lo ajeno, no sólo para coadyuvar en los estragos de su interior sino también para crear nuevos caminos, bajo la idea de que éste tiene información importante de la que carezco, favoreciendo así un proceso de co-construcción creativa que conduce al aprendizaje mutuo.  Finalmente, la alteridad nos recuerda a respetar y amar a las personas por su naturaleza. No sólo por sus virtudes, sino principalmente, en sus horas bajas: en palabras de Jung, enseñaría a comprender y amar a la sombra, los demonios, los sitios oscuros a donde pocos en las sociedades actuales llegarían para conquistar y conquistarse (pues la persona es mi espejo bajo este enfoque, sus ojos son mis ojos) interiorizando que a su vez provienen de una historia.

Para quién sepa apreciarlo, la Humanidad Compartida representa un salto de calidad hacia el árbol relacional de la existencia que en parte pareciera hemos perdido, producto de la operativización y/o sistematización de la vida. Su simplicidad y profundización constituyen una oportunidad exploratoria en las maneras del Ser, de actuar y de amar en el mundo.

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