El bullying o acoso escolar es un fenómeno social que despierta cada vez más preocupación en los distintos componentes de la sociedad. Con frecuencia suele despertar episodios de inquietud y afectación en padres y apoderados, desasosiego en cuidadores escolares y medidas erráticas en su abordaje desde las instituciones educativas. Poco que decir de las políticas públicas estatales, usualmente focalizadas en las consecuencias y no genuinamente en sus causas, en la sanción y no en la fuente del Ser y su génesis. Ello ocurre de forma similar en los sistemas de salud modernos, entregados en general a la cultura mainstream de la estadística y la resolución, convertidos en centros de enfermedad, cuyo propósito se ha ido reduciendo en 'aliviar' el ocaso vital de personas, imbuidas en dinámicas cuasi programadas de la existencia.
Retomando el punto inicial, la UNICEF y la UNESCO definen el bullying o acoso escolar como “un comportamiento negativo y agresivo que implica un desequilibrio de poder. Incluye acciones repetidas o amenazas destinadas a causar daño, miedo o incomodidad a otras personas. Este comportamiento puede ser físico, verbal o emocional y se produce tanto en entornos escolares como fuera de ellos”. Hace especial énfasis en el que sería el aspecto más determinante de este círculo deconstructivo, al señalar que “puede tener efectos negativos y duraderos en la salud mental y emocional de los niños y jóvenes afectados”, en etapas donde la personalidad, el temperamento y la búsqueda de identidad comienzan a manifestarse en la pubertad.
Desafortunadamente, en una sociedad cada vez más inerte, que centra su atención en noticias de inteligencia artificial, naves espaciales y movimientos ideologizados, descuidamos un asunto que a todas luces impacta directamente en el ecosistema psicoemocional de niños y niñas, que por razones propias de la juventud no suelen contar con las herramientas para navegar las tempestades propias de condición humana (considere que aún ni usted ni yo las tengamos).
Por fortuna, existe aquel llamado conocimiento acumulado por la humanidad, que reúne el conjunto de producciones en las distintas áreas del saber, en un intento por combatir nuestra marcada ignorancia estructural. En esta línea, las obras de la literatura clásica, basadas en la pluma de prolíficos autores, son siempre un bálsamo para adentrarse a comprender las raíces de nuestra historia y sus fenómenos derivados. Tal es el caso de la reconocida novela El Señor de las Moscas, escrita en el contexto de los años sucesivos a la Segunda Guerra Mundial por el británico William Golding, que representa esa especie de pecado original de la voluble conducta infantil y púber cuando es sometida a la vastedad del mundo sin reglas, referencias o creencias. Esta fábula acerca de la moralidad -o de su ausencia- en los primeros años, constituye un esfuerzo por acercar un elemento esencial de análisis a la realidad de muchos niños y niñas que experimentan acoso escolar, o de cualquier tipo, en la actualidad: los móviles, símbolos y, sobre todo, metalenguaje que sustentan la complejidad de las cambiantes relaciones humanas.
Tras un accidente que los deja en abandono en una isla desierta, 30 niños deben encontrar la forma de sobrevivir al aislamiento, la solitud respecto a los adultos y la cruda realidad de la vida natural, buscando crear lazos reconocibles que movilicen esta supervivencia, mientras aguardan con esperanza la llegada de un rescate. En este devenir de acontecimientos, emergen dos figuras de liderazgo contrapuesto: en primer lugar, Ralph, un niño con ciertas disposiciones genéticas y epigenéticas hacia la civilidad, la razón y la idea de que en la cooperación social basada en el cuidado mutuo reside el arte para confrontar esta adversidad. Por otro lado, se eleva la figura de Jack, un joven igualmente idealista pero cuyo móvil de acción es la fuerza y el dominio, bajo la idea de que sólo los más duros sobreviven el infortunio. En medio de esta pugna que empieza a generarse entre los líderes enfrentados, un piloto del avión sobrevive, empezando a ser objeto de sospecha, temor y desconfianza por parte de los grupos de niños. Su posterior huida a la indiferencia y casi tortura que le dispensan los jóvenes en este viaje oscuro, cada vez más deformados ante el peso del vacío, lo lleva a refugiarse en una cueva, misma que se vuelve una representación sobrenatural dentro de los compases de la novela -y la excelente película que lleva este mismo nombre-, hasta tal punto que los sobrevivientes comienzan a hablar de un ‘monstruo’ que allí habita, el cuál recibe la cabeza de un jabalí muerto como símbolo del mal (una especie de representación arquetípica de Belcebú). A medida que los acontecimientos se precipitan, la cabeza comienza a acumular moscas, como metáfora de la descomposición moral que experimentan los sobrevivientes.
En este contexto, podemos encontrar numerosos pasajes que dan cuenta del desolador espíritu que acompaña el bullying, a través de distintos asedios, persecuciones y castigos que emprende el nuevo líder tribal Jack contra aquellos que pertenecen a la comunidad rival, en un intento indirecto por socavar también los fundamentos civilizatorios defendidos por Jack, desde el miedo y la represión. Un caso icónico sería el de “Piggy”, un niño con sobrepeso que se vuelve blanco de las constantes burlas y persecuciones, no sólo por su aspecto sino por ciertas “debilidades” de nacimiento, como el usar lentes, vestir de determinada manera formal, o actuar de forma íntegra y leal hacia Ralph, comportamientos por cierto muy similares a los que suelen ser fustigados en nuestro mundo real. También otros niños del grupo, al mostrar su inocencia, temor y confusión ante lo que viven, son tratados como cobardes y débiles, por el nuevo orden establecido una vez Jack se hace con el poder, generando en cada uno de ellos desenlaces inimaginables para el espectador, pero apegados a la realidad biológica de nuestra especie, más allá de toda corrección política imperante.
Lo cardinal en este relato humano, al margen de la crueldad generalizada con ciertos atisbos de luz, es la posibilidad de identificar las profundidades que movilizan al Ser incluso desde estas edades, como un metalenguaje que no somos capaces de distinguir por quedarnos comúnmente en lo evidente. Este metalenguaje implica un primer estadio de autodescubrimiento, cuando la persona es expuesta a las mareas del entorno, pero también permite detectar en aquellas personas que los rodean una necesidad no cubierta, una añoranza, un dolor, o cualquier emoción o razón que motorice acciones en principio “no previstas” en un infante. Los niños y niñas son, en esencia, terrenos fecundos para el cultivo, y es en función de aquel ambiente genético, pero sobre todo epigenético y vivencial, que se formarán las bases psicosociales para conducirse en un mundo que no les deberá nada, pero que podría exigirles todo tanto por azar, infortunio o por el error/acción de otro (Memento Mori, la idea de que podemos morir en cualquier momento y eso potencia el valor que le damos a cada instante de vida).
Por ende, más que un espejo de nuestra capacidad para actuar desde el mero bien o el mal, El Señor de las Moscas ofrece una perspectiva amplia de la naturaleza humana en los primeros años de vida, retrotrayendo la complejidad que nos caracteriza, plagada de aquellas zonas grises que emergen desde la inocencia, el placer, lo lúdico y el ímpetu. Con tiempo y acompañamiento, el norte nos llevará a distinguir y actuar desde la mediedad aristotélica (con virtud, sindéresis y coherencia racional) o desde la inclinación hobbesiana (la violencia, el carácter, la fuerza y el valor puestos al servicio del poder o el ego). Nos permitimos dejar por fuera de esta discusión la postura roussoneana del ser humano como propenso a actuar naturalmente en función de la bondad, siendo sólo pervertido por fuerzas sociológicas externas, ya que a nuestro entender, aunque tal orientación fluctúa en los cimientos de la personalidad, se aleja de la esencia aristotélica, cuya fina propuesta de aquella complejidad reconoce no sólo la fluctuación entre las polaridades, sino que acentúa la idea de que el alma racional también tiene deseos y se mueve por pasiones, y por tanto la conquista sobre el si no va sobre quién es bueno o quién es malo (el potencial para desarrollar ambos existe en cualquier ser humano), sino en cómo se entrena, reflexiona y eleva el espíritu para contener el arrastre y desenfreno de las apetencias, como lo son el poder y el placer, representadas fielmente en El Señor de las Moscas.
Para dar pasos en la dirección de no descuidar este metalenguaje, especialmente en el caso de padres, apoderados y cuidadores, como a la hora de afrontar todo desafío, autojuicio o sufrimiento, un posible curso de acción lo representa la atención primero y aceptación posterior, o el hecho de reconocer la derrota en las maneras en que solemos abordar estas situaciones, especialmente cuando nuestras vidas han cambiado en relación con el tiempo de calidad que solemos dedicar a nuestros hijos. Como espacio natural de evolución y búsqueda de ampliar las perspectivas, abrazar el sentimiento que como doliente tenemos e integrarlo a nuestra experiencia constitutiva, puede significar un punto de inflexión en la tarea trascendental que como responsables y acompañantes de sus vidas tenemos, evitando que el vacío y la mezquindad se apoderen, recordando que no sólo se trata de capítulos donde nuestro ser querido podría ser la víctima u objeto de la persecución, sino también por ignorar que, sin hacerlo de forma deliberada sino producto de la misma inocencia, desconocimiento o falta de distinción en un mundo cada vez de más grises, podría ser él o ella quién esté actuando en perjuicio de otro.
Para ti, niño, niña, adolescente: porque todos lo fuimos y todos lo seremos de alguna manera, hasta el fin
Como se mencionó al inicio, según las definiciones de la UNICEF y la UNESCO, el acoso “puede identificarse a través de tres características: intención, repetición y poder. Un acosador tiene la intención de causar dolor, ya sea a través del daño físico o de palabras o comportamientos hirientes, y lo hace de manera repetida. Los niños tienen más probabilidades de ser víctimas de acoso físico, mientras que las niñas suelen sufrir acoso psicológico”.
Nadie sabe realmente lo que estas acciones pueden hacerte sentir, más allá de ti mismo/a. Por ende, no hay una fórmula mágica para ofrecer alivio, pero si podría haber algunas ideas para que puedas canalizar esta energía de malestar, confusión, impotencia, frustración y aislamiento. Si alguna vez has sentido que estas cosas te pasan, una posible forma de reconocerlo y sacarlo, que puede ser difícil pero ayuda mucho, es escribiendo la acción misma y cómo te hizo sentir. Puedes escribirlo en un diario, en una nota del celular, o de cualquier modo que lo consideres siempre que procures mantenerlo en privado. Lo más difícil podría ser conversarlo con alguien al inicio, por el temor de aceptar cómo te hizo sentir, pero también porque no deseas preocupar a tus seres queridos. Pero ten en cuenta que ignorarlo, negarlo o evitarlo soluciona muy poco; y si te puede hacer sentir muy mal con el tiempo. Por ello, lo importante es que centres tu atención en aceptar qué ocurre y qué sensaciones despiertan en ti. Imagínalo como una prueba del héroe/heroína que eres en tu propia historia, y tienes que superar diferentes pruebas para aprender, en un acto de confianza y encuentro contigo mismo/a.
Posterior a hacer este trato de reconocimiento y amabilidad contigo, y cuando lo creas conveniente, podríamos intentar hacer la segunda cosa difícil: entender por qué la o las personas que te tratan así, lo hacen. Habrás sentido que te gustaría responder de alguna forma a su maltrato, quizá ya lo hiciste o has estado a punto, pero sin hacerlo. En cualquiera de los casos, no olvides que tu no ocasionaste esta acción, por lo cual no debes sentirte mal. Pero para pensar en cómo actuar frente a esos otros compañeros/as que te molestan, sin caer en la impulsividad, es importante entender que ellos tampoco comprenden del todo por qué lo hacen. Lo más probable es que tengan una historia que motive ese comportamiento, y que, a diferencia tuya, no hayan podido pensar en cómo se sienten, que los impulsa a hacerlo, y cómo pueden evitar esa actitud, que más allá de dañarte, les daña y dañará finalmente a ellos/ellas hasta que puedan comprenderlo y trabajarlo. Todos nos criamos en un entorno del que no elegimos estar, pero siempre podremos, al menos en una pequeñita parte, elegir cómo actuar y responder frente a lo que nos pasa. Así que perdónalos si puedes, pero como su actuar no depende de ti, enfócate en ti, entendiendo a la vez que su comportamiento va más allá de lo que hacen. Eso te permitirá lograr algo importante, que es controlar tu respuesta y saber cómo protegerte de mejor manera, más allá de decirlo a las autoridades del colegio (profesores/as, directores/as, que es relevante).
Si decides tomar estas dos opciones previas desde el uso de tu libertad, puedes pensar en comunicarle a tus padres o algún ser querido en quién confíes y creas que puede ayudarte. Ten presente que el conversarlo te ayudará como segundo paso a la idea de escribirlo y conversarlo contigo mismo al inicio, hasta que estés listo/a para hacer parte a otras personas que te quieren. También puedes contactar a hermanos, primos, amigos en los que confíes, pues ellos también podrán ayudarte con su opinión y darte ideas para llevar mejor la situación. Recuerda, nunca estás solo/a.
Por último, investiga, lee, busca personas referentes del mundo que hablen sobre estos temas y en los cuales puedas apoyarte para obtener herramientas que te permitan conocerte mejor y saber cómo actuar en situaciones difíciles. También puedes practicar actividades variadas como la meditación, algún arte marcial o hacer ejercicio. Estas iniciativas, más allá de que te harán sentir más confianza y capacidad, te darán algo mucho más importante: un conjunto de principios y valores sobre los cuales elegirás como actuar en el mundo, pues en él están presentes personas que han superado momentos difíciles también, o se encuentran en la misma búsqueda que tú para saber cómo lidiar con sus problemas. Intenta buscar siempre el desarrollo de tus habilidades, físicas, mentales y sobre todo espirituales, finalmente en cualquier actividad que te guste y haga crecer como persona. Ello no sólo te acercará a tu mejor versión, sino que te permitirá entender que tu valor y fuerza no provienen del reconocimiento ajeno, sino de tu amor propio y cultivo de tu ser interior. Nunca olvides que el potencial de descubrirte está allí, sólo debes abrirte a él. Confía siempre en ti.
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