¿Son los progresos biológicos un signo de confianza en el hombre del mañana?
Así, en el marco de las
consideraciones introductorias de la charla, el experto disertó acerca de
aspectos generales de la evolución humana tales como el proceso de encefalización,
determinante en los marcadores de diferenciación entre los primates y
el resto de mamíferos; la relación de los antropoides con el acervo de cambios
graduales que experimentó paulatinamente el cerebro y su particular contraste
entre el tamaño de éste en atención a su cuerpo y, finalmente, la
llamativa tasa de crecimiento del cerebro durante la gestación del Homo sapiens
donde, comparativamente con otros mamíferos, nuestro órgano craneal presenta dimensiones mayúsculas al cotejarse con la corporeidad del hombre en ese instante. Ahora bien,
¿Qué ocasionó todas estas innovaciones en el plano bioantropológico del ser
humano y qué elementos lo habrían favorecido?
Los
cerebros primates: del “mono” al hombre
Según lo explicado por Deacon, la
pérdida de ciertos genes durante el proceso evolutivo humano, distinto al de
otros primates, condujo a una disminución en los niveles de especialización
desarrollados hacia ciertas tareas o comportamientos sociales presentes
hasta entonces. El surgimiento del lenguaje, derivado de la necesidad de establecer vínculos, coordinar esfuerzos y
perfeccionar actividades con otros individuos, sería una de las razones que
conllevó a esta merma del genoma humano, lo que se asocia al desarrollo de la
corteza cerebral como uno de los puntos más relevantes. Resulta llamativo que la
maduración del cerebro está casi completa al momento de nacer, lo que distingue
la “aventura” humana frente a la de otras especies.
No obstante, de acuerdo al
investigador estadounidense, una de las características órgano-morfológicas más
determinantes está representada en los llamados inputs/outputs (entradas/salidas) que brindan conectividad
a la gran matriz cerebral, la cual explicaría en buena medida las capacidades
de comunicación complejas desplegadas por el ser humano, que producto de presiones
adaptativas, requirió de hacerlas más efectivas a través del tiempo. Las
interacciones célula-célula habrían variado en nuestro órgano principal,
haciéndolas más flexibles y produciendo patrones de reproducción neuronal
distintos, al generar estados de competitividad entre funciones y subfunciones.
Un ejemplo de ello serían los circuitos y “cableados” del ojo humano, cuyas
estructuras nerviosas han experimentado cambios con fines de satisfacer
necesidades, siguiendo la dinámica darwiniana de la selección natural.
De este modo, las neuronas compiten
entre sí para generar estructuras más complejas, lo que habría traído como
consecuencia la conformación de nuevos complejos y dinámicas -producto de
mutaciones- para ofrecer soluciones a determinados desafíos provenientes de los
variados fenómenos sociales e individuales hallados en la realidad. Todo esto
sin que aumente el tamaño del cerebro, considerando que la capacidad craneana
del Homo sapiens sigue siendo de unos 1600cc.
Como es de conocimiento más o
menos general, las señales o estímulos del exterior (medio ambiente) son
procesados por los sentidos, los cuales enlazan directamente con estructuras
neuronales del cerebro, que buscan las mejores respuestas adaptativas. De
acuerdo al dr. Deacon, existen indicios que sostienen que estas reacciones
adaptativas se estarían produciendo en tiempos relativamente más cortos de lo
que solía ocurrir con grupos humanos de hace unos pocos siglos e incluso décadas.
Teoría del Dispersamiento por
Competitividad
Los
cambios en la conectividad de los procesos cerebrales se guiarían, de una
manera muy simplificada, de la siguiente manera: 2 objetivos ↔ 2 fuentes: la competitividad
celular eliminaría una fuente para posibilitar la optimización de funciones,
de acuerdo a las necesidades y los límites del espacio craneal (donde no todas
pueden prosperar). A este proceso el científico de la Universidad de Berkeley
lo denomina Dispersamiento por Competitividad, que básicamente alude a una
modificación en los patrones de conectividad neuronal.
El número de conexiones que en la
actualidad presentarían esta dinámica se desconoce, sin embargo, aquella
relación entre la corteza motora y la laringe que posibilita la articulación de
sonidos complejos y da basamento al lenguaje se encuentra en investigación, en tanto se intenta profundizar en las distintas áreas de la corteza cerebral que están
involucradas en la producción del mismo. Este retrato de la evolución
humana, según el dr. Deacon, indica que el ser humano es un “simio degradado”, refiriéndose esta degeneración como positiva en el tiempo pues sus consecuencias
otorgaron una composición morfológica más plástica, flexible y epigenética.
Evolución
y cultura: ¿Habrá un hombre del mañana?
Las implicaciones
biológicas que estas “actualizaciones” cerebrales generarán para la especie y
su vida en sociedad son inciertas, en un mundo contemporáneo plagado de luces y
sombras. Los avances tecnológicos han supuesto cambios y reajustes en los
distintos ámbitos del quehacer humano, mejorando en consecuencia su calidad de
vida; sin embargo, las nuevas generaciones de seres humanos parecen responder a
intereses y estímulos en general menos ontológicos
y más prácticos que los de sus pares del pasado, donde el escepticismo, el
existencialismo y el relativismo en campos como la fe, la moral, la historia,
el orden social e incluso por momentos la ciencia parecen no satisfacer sus expectativas.
De acuerdo
al profesor Deacon y las investigaciones realizadas, las variaciones de
conectividad en el cerebro parecen haberse acelerado en los últimos 200 años,
lo cual coincidiría cronológicamente con eventos como la Revolución Industrial
(S XVIII) y explicaría cuando menos parte de los cambios adaptativos
actualmente en estudio. Las mutaciones por supuesto han sido claves, desde
episodios donde los grandes simios nómadas comían frutas hace unos 35 mil años,
pasando por la necesidad de aliarse cada vez más con otros con fines de
supervivencia –reproducción, territorio, alimentación-, hasta los últimos dos
siglos de descubrimiento científico y progreso tecnológico. Los nuevos genes mutados
reemplazan cada vez más a los previos a través del tiempo, demostrando mucha
mayor versatilidad en sus funciones y respuestas, lo que podría estar de alguna
manera vinculado a una suerte de simplificación axiológica en la especie, lo
que representaría hasta cierto punto, una paradoja.
Nuestros
bebés están naciendo en “modelos más grandes”, es decir, con aparentes
propiedades y herramientas que parecen distinguirlos ante sus ancestros, siendo
esto comprobable por cualquiera que haya interactuado con
un niño en los últimos años. Sin embargo, se puede decir también que atraviesan de una manera más
sensible las distintas experiencias emocionales: nostalgia, frustración,
alegría, miedo, rencor, etc., con importantes capacidades para memorizar un rostro
o identificar sonidos de una manera diferenciada. Las emociones evolucionaron
en el contexto de la socialización humana, variando sus mecanismos y modos por
siglos en el marco de la cultura hasta nuestros días, lo cual hace conveniente
no perder de vista las consecuencias de las optimizaciones neurológicas en las
nuevas generaciones y cómo dialogan con sus sentimientos.
Si las
emociones están incorporadas en los procesos conscientes del lenguaje y la comunicación
a través del habla, y éstos reflejan una determinada disposición del cerebro
frente a circunstancias específicas, parece no sólo necesario sino
transcendental estudiar y comprender la potencial correlación que existe entre
los progresivos y formidables cambios acumulados en las estructuras del cerebro
y las relaciones intra e interpersonales de las nuevas generaciones. Quizá en
esa búsqueda se encuentre no sólo la respuesta sobre el ser humano del mañana y
la sociedad que le cobije, sino también podría retornar aquél espíritu que hizo
al hombre pionero y emprendedor de su propio destino.
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