domingo, 22 de septiembre de 2019

La Evolución del Cerebro


¿Son los progresos biológicos un signo de confianza en el hombre del mañana?




El pasado mes de junio tuvo lugar en la Universidad Autónoma de Chile la conferencia Evolución del Cerebro, encabezada por el dr. Terrence Deacon, neuroantropólogo estadounidense y actual profesor de antropología de la Facultad de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California, Berkeley. En dicho encuentro con profesionales vinculados en su mayoría al saber de las ciencias sociales y biológicas, así como estudiantes universitarios pertenecientes a los distintos programas de estudio en esas áreas, se presentó desde una mirada rigurosa y científica un relieve del funcionamiento del principal -y acaso más importante- órgano de la constitución humana, mediante una descripción del conjunto de transformaciones que los indicios, estudios y evidencias han logrado registrar a través del tiempo, especialmente en los últimos siglos a raíz de la complejización de las sociedades humanas desde sistemas originarios de intercambios simples.

Así, en el marco de las consideraciones introductorias de la charla, el experto disertó acerca de aspectos generales de la evolución humana tales como el proceso de encefalización, determinante en los marcadores de diferenciación entre los primates y el resto de mamíferos; la relación de los antropoides con el acervo de cambios graduales que experimentó paulatinamente el cerebro y su particular contraste entre el tamaño de éste en atención a su cuerpo y, finalmente, la llamativa tasa de crecimiento del cerebro durante la gestación del Homo sapiens donde, comparativamente con otros mamíferos, nuestro órgano craneal presenta dimensiones mayúsculas al cotejarse con la corporeidad del hombre en ese instante. Ahora bien, ¿Qué ocasionó todas estas innovaciones en el plano bioantropológico del ser humano y qué elementos lo habrían favorecido?
          
Los cerebros primates: del “mono” al hombre

Según lo explicado por Deacon, la pérdida de ciertos genes durante el proceso evolutivo humano, distinto al de otros primates, condujo a una disminución en los niveles de especialización desarrollados hacia ciertas tareas o comportamientos sociales presentes hasta entonces. El surgimiento del lenguaje, derivado de la necesidad de establecer vínculos, coordinar esfuerzos y perfeccionar actividades con otros individuos, sería una de las razones que conllevó a esta merma del genoma humano, lo que se asocia al desarrollo de la corteza cerebral como uno de los puntos más relevantes. Resulta llamativo que la maduración del cerebro está casi completa al momento de nacer, lo que distingue la “aventura” humana frente a la de otras especies.

No obstante, de acuerdo al investigador estadounidense, una de las características órgano-morfológicas más determinantes está representada en los llamados inputs/outputs (entradas/salidas) que brindan conectividad a la gran matriz cerebral, la cual explicaría en buena medida las capacidades de comunicación complejas desplegadas por el ser humano, que producto de presiones adaptativas, requirió de hacerlas más efectivas a través del tiempo. Las interacciones célula-célula habrían variado en nuestro órgano principal, haciéndolas más flexibles y produciendo patrones de reproducción neuronal distintos, al generar estados de competitividad entre funciones y subfunciones. Un ejemplo de ello serían los circuitos y “cableados” del ojo humano, cuyas estructuras nerviosas han experimentado cambios con fines de satisfacer necesidades, siguiendo la dinámica darwiniana de la selección natural.

De este modo, las neuronas compiten entre sí para generar estructuras más complejas, lo que habría traído como consecuencia la conformación de nuevos complejos y dinámicas -producto de mutaciones- para ofrecer soluciones a determinados desafíos provenientes de los variados fenómenos sociales e individuales hallados en la realidad. Todo esto sin que aumente el tamaño del cerebro, considerando que la capacidad craneana del Homo sapiens sigue siendo de unos 1600cc.

Como es de conocimiento más o menos general, las señales o estímulos del exterior (medio ambiente) son procesados por los sentidos, los cuales enlazan directamente con estructuras neuronales del cerebro, que buscan las mejores respuestas adaptativas. De acuerdo al dr. Deacon, existen indicios que sostienen que estas reacciones adaptativas se estarían produciendo en tiempos relativamente más cortos de lo que solía ocurrir con grupos humanos de hace unos pocos siglos e incluso décadas.  

Teoría del Dispersamiento por Competitividad

Los cambios en la conectividad de los procesos cerebrales se guiarían, de una manera muy simplificada, de la siguiente manera: 2 objetivos ↔ 2 fuentes: la competitividad celular eliminaría una fuente para posibilitar la optimización de funciones, de acuerdo a las necesidades y los límites del espacio craneal (donde no todas pueden prosperar). A este proceso el científico de la Universidad de Berkeley lo denomina Dispersamiento por Competitividad, que básicamente alude a una modificación en los patrones de conectividad neuronal.

El número de conexiones que en la actualidad presentarían esta dinámica se desconoce, sin embargo, aquella relación entre la corteza motora y la laringe que posibilita la articulación de sonidos complejos y da basamento al lenguaje se encuentra en investigación, en tanto se intenta profundizar en las distintas áreas de la corteza cerebral que están involucradas en la producción del mismo. Este retrato de la evolución humana, según el dr. Deacon, indica que el ser humano es un “simio degradado”, refiriéndose esta degeneración como positiva en el tiempo pues sus consecuencias otorgaron una composición morfológica más plástica, flexible y epigenética.  

Evolución y cultura: ¿Habrá un hombre del mañana?

Las implicaciones biológicas que estas “actualizaciones” cerebrales generarán para la especie y su vida en sociedad son inciertas, en un mundo contemporáneo plagado de luces y sombras. Los avances tecnológicos han supuesto cambios y reajustes en los distintos ámbitos del quehacer humano, mejorando en consecuencia su calidad de vida; sin embargo, las nuevas generaciones de seres humanos parecen responder a intereses y estímulos en general menos ontológicos y más prácticos que los de sus pares del pasado, donde el escepticismo, el existencialismo y el relativismo en campos como la fe, la moral, la historia, el orden social e incluso por momentos la ciencia parecen no satisfacer sus expectativas.

De acuerdo al profesor Deacon y las investigaciones realizadas, las variaciones de conectividad en el cerebro parecen haberse acelerado en los últimos 200 años, lo cual coincidiría cronológicamente con eventos como la Revolución Industrial (S XVIII) y explicaría cuando menos parte de los cambios adaptativos actualmente en estudio. Las mutaciones por supuesto han sido claves, desde episodios donde los grandes simios nómadas comían frutas hace unos 35 mil años, pasando por la necesidad de aliarse cada vez más con otros con fines de supervivencia –reproducción, territorio, alimentación-, hasta los últimos dos siglos de descubrimiento científico y progreso tecnológico. Los nuevos genes mutados reemplazan cada vez más a los previos a través del tiempo, demostrando mucha mayor versatilidad en sus funciones y respuestas, lo que podría estar de alguna manera vinculado a una suerte de simplificación axiológica en la especie, lo que representaría hasta cierto punto, una paradoja.   

Nuestros bebés están naciendo en “modelos más grandes”, es decir, con aparentes propiedades y herramientas que parecen distinguirlos ante sus ancestros, siendo esto comprobable por cualquiera que haya interactuado con un niño en los últimos años. Sin embargo, se puede decir también que atraviesan de una manera más sensible las distintas experiencias emocionales: nostalgia, frustración, alegría, miedo, rencor, etc., con importantes capacidades para memorizar un rostro o identificar sonidos de una manera diferenciada. Las emociones evolucionaron en el contexto de la socialización humana, variando sus mecanismos y modos por siglos en el marco de la cultura hasta nuestros días, lo cual hace conveniente no perder de vista las consecuencias de las optimizaciones neurológicas en las nuevas generaciones y cómo dialogan con sus sentimientos.

Si las emociones están incorporadas en los procesos conscientes del lenguaje y la comunicación a través del habla, y éstos reflejan una determinada disposición del cerebro frente a circunstancias específicas, parece no sólo necesario sino transcendental estudiar y comprender la potencial correlación que existe entre los progresivos y formidables cambios acumulados en las estructuras del cerebro y las relaciones intra e interpersonales de las nuevas generaciones. Quizá en esa búsqueda se encuentre no sólo la respuesta sobre el ser humano del mañana y la sociedad que le cobije, sino también podría retornar aquél espíritu que hizo al hombre pionero y emprendedor de su propio destino.


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