sábado, 10 de diciembre de 2016

Suicide Squad o un brindis a la cuestión del mal





“En un mundo de hombres voladores y monstruos, esta es la única forma de proteger esta nación”

Amanda Waller

“No soy alguien que pueda ser amado, soy una idea”

El Joker

“Muchas veces he pensado si el mal no está puesto en el Universo como un tema de trabajo y un incentivo a nuestra curiosidad.”

Santiago Ramón y Cajal



Muchos años han transcurrido desde que, por allá en 1934, un conjunto de profesionales de diversos ámbitos del mundo artístico estadounidense -y de inmigrantes o descendientes de éstos- imaginaron la forma de, a través de la cultura, ofrecer una respuesta a dos amenazas latentes que se erigían sobre la sociedad abierta: en primer lugar, la sombra de la guerra en Europa y el avance del nacionalsocialismo y, en segundo, el clima de intranquilidad y suspicacia interna posterior a la Gran Depresión (1929) y las controversiales políticas del presidente Roosevelt y su New Deal. Así, no sobraban referentes y liderazgos públicos que inspiraran a las personas en torno a los principios constitutivos de la gran República, generando confianza hacia un futuro más promisorio y esperanzador para superar la crecientes adversidades. En este complejo mapa geopolítico, económico y social surge la primera avanzada de personajes ficticios, que posteriormente serían conocidos como superhéroes por sus grandes hazañas y compromisos allá donde la condición humana del hombre real fallaba –o en realidad mostraba en gran medida su verdadera naturaleza-, honrando así aquella frase del escritor Octavio Paz según la cual “la imaginación en libertad transforma al mundo y hecha a volar las cosas”, tomando casi literal aquello de volar con la concepción de Superman en 1938. 

Pero pronto los tributados dibujantes tomarían conciencia de que, así como más o menos ocurre en el mundo real, los grandes héroes sólo podrían existir y perdurar si frente a ellos se hallasen conflictos, enigmas y disyuntivas que pongan a prueba su talante ideario y moral, originándose así los excelsos villanos o contrapartes antagónicas representativas en muchos casos de su propia imagen deformada. Ahora bien, como toda creación humana, el mundo de los cómics y sus protagonistas no escapan de externalizar las complejidades que a cualquier individuo de nuestra especie caracteriza, confrontando a la vida misma en no pocas ocasiones con decisiones y acciones que orientan hacia zonas más grises que blancas y negras de la existencia, por lo que resultaría interesante formular algunas interrogantes iniciales en torno a este asunto: ¿Son siempre los superhéroes, al luchar por la verdad, la justicia, la libertad y la paz aquellos que despiertan empatía, admiración y fervor en nuestra sociedad por su abnegación perpetua? ¿Están siempre los villanos confinados al rincón de nuestra más profunda animadversión por sus actividades delictivas, antisociales o inmorales? ¿Existe algún punto en donde los némesis de nuestros símbolos de la virtud puedan equiparar y, por qué no, superar la conexión e identificación que las personas tienen con sus dilemas y experiencias a partir de una mirada más honda al porqué de sus actos? ¿Se trata al fin y al cabo entonces de un tema de perspectiva y la justicia puede tener un “lado sombrío”? El hecho de abordar estas cuestiones cardinales puede abrir nuevos enfoques para profundizar en las relaciones de héroes y villanos y, con ellos, de nuestra propia naturaleza en el difícil mundo que habitamos, no para promover una sustitución o intercambio de la idea del bien por el mal o viceversa -considerando que es la ley moral la que permite comprender nuestros propios límites y diferenciar aquellos dominios el uno del otro-, pero si entrar a la discusión de una forma más novedosa, creativa y realista, especialmente de cara a las nuevas generaciones cada vez más ávidas de conocimiento, perspicaces, curiosas y deliberativas.              

En este orden de ideas, la última cinta de la editorial DC Cómics dirigida por el realizador David Ayer crea un espacio propicio y refrescante para aproximarnos a algunos de estos elementos. Suicide Squad, o El Escuadrón Suicida, se propone como la primera película basada en las acciones de un conjunto de villanos -en rol protagónico- que son reclutados por una agencia secreta del Gobierno estadounidense interesada en su participación en misiones clandestinas de alto riesgo, bajo el acuerdo de reducir sus sentencias si tienen éxito o de condenarlos si fracasan. Tal y como sucede en las últimas versiones de las historietas sobre este grupo al margen de la ley, son reclutados por la agente y ex asesora del Congreso Amanda Waller –quien observó con atención la película entenderá por qué se hizo merecedora de su pseudónimo the wall o “el muro”- para conformar un equipo de contención o respuesta inmediata frente a potenciales amenazas extraterrestres o metahumanas –como se conoce a los portadores de poderes especiales-, luego de los eventos de su predecesora Batman v Superman El Amanecer de la Justicia en donde el hombre de acero fue considerado un riesgo para la seguridad nacional y global. Así, nos presentan un primer vistazo a los integrantes de la llamada Task Force X en su estado de prisión y aislamiento de Belle Reeve, famosa institución penitenciaria del mundo DC Cómics, y a sus principales exponentes: Floyd Lawton, asesino a sueldo mejor conocido como Deadshot, Harleen Quinzel, antigua psicóloga del reputado Asilo de Arkham convertida ahora en Harley Quinn y Rick Flag, coronel de la fuerza armada estadounidense y líder del conjunto. Completan en roles secundarios George “Digger” Harkness -Capitán Bumerang-, Chato Santana –El Diablo-, Waylon Jones –o el autoproclamado apuesto Killer Croc- la habilidosa Katana y un personaje que al menos a juicio de quien escribe se esperaba mucho más, la bruja mística conocida como The Enchantrees –aka La Encantadora-. Una figura siniestra que nadie en su sano juicio puede olvidar -valga la paradoja- oscila en una trama sencilla, previsible y por momentos decepcionante en cuanto a su clímax y desarrollo argumentativo: nos referimos al recordado The Joker o El Guasón, quien no se incorpora desde luego como miembro del Escuadrón sino que se introduce a partir de una temática paralela al eje central de la película, a saber, los orígenes de su relación psicótico-amorosa con Harley Quinn desde que fuera paciente suya en el mencionando sanatorio de Ciudad Gótica, hasta el momento de la captura de ésta a manos de Batman.

Sin duda que los puntos fuertes de esta cinta giran en torno a los personajes centrales y sus historias de vida –sumados a muy buenos incisos de humor- más que a la inmanencia de una narrativa sólida, como prometía el primer teaser tráiler allá por abril del 2015 –cabe decir que gracias a la arrogancia y mezquindad de pseudo-analistas impresentables como los del portal Rotten Tomatoes, que pretenden saber más de las preferencias e intereses de los expectadores de los films que éstos mismos  monopolizando las críticas, el guión de Suicide Squad sufrió modificaciones de última hora al ser calificado como “muy oscuro, complicado y perverso” para el público, lo que forzó a los estudios Warner a introducir y reemplazar escenas de forma improvisada-, por lo que más que analizar la secuencia temática, conviene extraer dos tópicos generales contenidos en la producción para intentar, modestamente, arrojar luces sobre las cuestiones anteriormente planteadas: por un lado, el rol de las agencias de seguridad nacional o los servicios de inteligencia, sus funciones, límites y riesgos para la sociedad libre y, por el otro, el tema del mal centrado en un conjunto de villanos que cooperan forzosamente persiguiendo, además de salvar sus vidas, una suerte de “expiación” por sus actos criminales, o incluso más allá, por sus culpas, fallos y tragedias personales del pasado que originaron, citando a Robert Louis Stevenson, al Míster Hyde de su doctor Jekyll. La cosa sería, entonces, examinar por medio del planteamiento de Suicide Squad si es cierto que se puede actuar en pro del bien, o más preciso aún, si se puede emplear de alguna forma el poder del mal -entendido en este contexto como una oficina gubernamental y un equipo de villanos- para hacer el trabajo y salvar el día.          

Durante la película no se expone con claridad el nombre de la agencia secreta a la cual pertenece Amanda Waller, sino que entra en escena directamente planteando la incorporación de la llamada Fuerza X, bajo su dirección, a las labores de seguridad nacional frente a virtuales peligros, presentando los perfiles de cada uno así como sus credenciales de mujer ruda, astuta y maquinadora –sostiene que su principal talento es hacer que la gente actúe en contra de su propio interés, ¡vaya! Qué pensaría Adam Smith-. Esta negociación se lleva a cabo con dos asesores de la administración gubernamental, funcionarios íntimamente relacionados con la toma de decisiones ejecutivas y a quienes luego vemos brindándole su apoyo en la reunión privada donde La Encantadora hace uso de sus habilidades. Al margen de si es justificable o no la afiliación de un conjunto de criminales a encomiendas suicidas necesarias, la sucesión de escenas permite introducir el primer punto a discusión, a decir, el papel de las agencias anónimas con fines de protección de la sociedad civil. En el mundo real abundan oficiales como Waller y, al igual que en la película, de los que muy poco se sabe por la misma naturaleza de sus funciones. Sin embargo, estas figuras –oficinas, agentes- que normalmente se instituyen como nuestros “protectores” frente al terrorismo, el narcotráfico o el secuestro, por lo general están íntimamente asociadas con círculos políticos y burocráticos estatales, a quienes no les tiembla el pulso a la hora de quebrantar la privacidad de los ciudadanos o emplearlos como medios para perseguir sus fines –sin entrar a profundidad sobre el tema, recordemos el polémico caso del ex agente de la CIA y la NSA Edward Snowden y su deserción a Rusia por revelar documentos clasificados de espionaje de dichas agencias en 2013-, por lo que debería promoverse la creación de instituciones, desde luego, vigilantes de las amenazas anteriormente expuestas para el orden civil, pero cuyas jurisdicciones sean lo más independientes posible del Poder Ejecutivo –o que consten de la imprescindible transparencia de gestión y balances, auditorías imparciales-, pues su deformación hacia fines distintos a los inicialmente previstos conduce a una pérdida de la libertad y a una violación de derechos personales. Si nos fijamos con detenimiento en el personaje de Amanda Waller, observaremos que hay mucho de esta preocupación implícita: luego de obtener la aprobación gubernamental para dirigir a los llamados peores héroes del mundo (worst heroes ever), se convierte en una suerte de matriarca capaz de disponer de vidas –asesina a sangre fría varios miembros de su equipo en el edificio-, planes –la razón del Escuadrón se supone era detener una amenaza “terrorista” para preservar civiles y de pronto se convierte en una empresa para salvarla a ella-  y sentimientos –manipula a Rick Flag y Deadshot sobre la base del afecto a sus seres queridos- sin rendir cuentas, sobre la lógica despótica de el fin justifica los medios. Por este motivo, y reivindicando la necesidad de contar con estructuras de este tenor que ofrezcan ciertas garantías a las personas anticipando crímenes a gran escala, resultará siempre fundamental el establecer claros límites al poder de agentes y oficinas constituidas con este propósito antes que sujetos como el Joker no sean los únicos peligros que nos acechen.               

El segundo punto a mencionar, desde luego, trata de ofrecer una mirada más cercana al propio Escuadrón Suicida y sus miembros, para comprender quizá algo más acerca de las pulsiones internas de estos villanos y sus motivaciones. Viendo el global de la cinta, ¿se puede afirmar que son "los malos"? Desde la perspectiva de quien escribe, y ante la complejidad de los tiempos que vivimos –sin entrar a valorar las actuaciones o sustancia argumentativa de cada uno- diría que consiguen generar más conexión con el público que personajes incluso de la talla del mismísimo Superman como edificación suprema del bien, pues aunque no sea esto del todo verdadero –ver comentarios de Batman v Superman Dawn of Justice en este mismo blog-, el espectador proyecta su criterio y emociones sobre aquellos individuos que encuentra más cercanos a su propia experiencia, a sus angustias, a sus procederes y a sus fallos, adhiriéndose al recipiente cinematográfico de maneras singulares. ¿Quién no se identifica con la tragedia de Floyd Lawton –Deadshot- en relación a su hija? Un mercenario con grandes dotes para matar, y lo hace, pero que no termina de convencernos de ser “el malo”, más allá de la siempre carismática y jocosa actuación de Will Smith. Sorprendido por Batman en pasajes iniciales donde se nos revela su rol de padre atrapado en dilemas morales –su hija sabe lo que hace, pero aun así lo quiere-, se presenta una versión del personaje más humana que lo hallado en los cómics, donde efectivamente se une al camino del mal como resultado del asesinato accidental de su hermano con un rifle cuando eran adolescentes, producto del repudio hacia su padre –elemento por cierto éste constitutivo de la mayoría de las psiques quebradas de los criminales en el mundo real y el ficticio-. Así, un encarcelado Deadshot accede a contribuir con Waller y Flag a cambio de negociar permisos para ver a su hija –imposible olvidar una de las más divertidas secuencias del film, cuando está comprobando su capacidad de tiro ante todos, para luego pasar a hacer una lista de “solicitudes” por sus servicios- patrón que guiará sus acciones a lo largo del metraje por la necesidad de reivindicación frente a su primogénita.

El desarrollo de Harley Quinn en la trama no dista mucho de la lógica anteriormente descrita, es decir, sus acciones centrales gravitan en torno a su deseo y necesidad por alguien más: El Joker. Los constantes flashbacks que nos permiten ubicarnos en su historia de inmediato muestran a una brillante y reconocida psiquiatra del Asilo de Arkham paradójicamente vencida por la personificación del caos y el poder ilimitado, cuya inquietante naturaleza psicópata había prometido rehabilitar. Al igual que en las historietas, la también destacada gimnasta –cualidad que se plantea de forma tácita en la película al observar sus acrobacias- sucumbe al desenfreno de su ello en términos freudianos por el príncipe payaso, incluso sometiéndose a una tortura voluntaria basada en impactos eléctricos directamente a su cerebro, lo cual termina por desatar a su álter ego. Al igual que Deadshoot, es aprehendida por el caballero oscuro e internada en Belle Reeve, donde igualmente es forzada a maltratos y torturas –aunque esta vez parece en parte disfrutarlas de forma masoquista y neurótica- a manos de los guardias del recinto. Al momento de quedar conformado el Suicide Squad, Harley ya tiene contacto con el Joker y conoce de sus intenciones rescatistas, por lo cual la vemos participando en la misión siempre atenta y consagrada a volver con su creador –recordemos que su franela dice “el pequeño monstruo de papá” (daddy´s lil monster)- lo cual ocurre circunstancialmente antes del desenlace de la cinta.

¿Y qué se puede decir del Joker? Hablar de Harley Quinn es siempre sinónimo de hacer referencia al calificado mejor villano de todos los tiempos, aunque en esta ocasión basado en una concepción distinta del mismo, más gansteril que nihilista nietzscheano, lo cual nos retrotrae a una visión contemporánea de la aclamada interpretación de Jack Nicholson en Batman (1989). A pesar de ser uno de los puntos fuertes del metraje, no deja de producir cierto sinsabor que el objetivo central del Joker sea el rescate de Harley y la presunta necesidad maniaco-compulsiva de tenerla y “cuidarla”, como que si efectivamente se tratara de un tipo de afecto verdadero, pues su relación con ella en las historietas suele ser utilitarista y violenta. ¿Puede el Joker sentir amor, empatía real por alguien? Interesante y compleja pregunta que no pretende encontrar respuesta aquí, sin embargo, sugerimos dos posibles respuestas a la misma: una se localiza en el afamado cómic que lleva por nombre La Broma Asesina (The Killing Joke), el cual propone una génesis del personaje, encontrando en éste que tiene una esposa y un hijo, similar a lo que advertimos en el sueño de Harley manipulada por Enchantress. La otra teoría, podemos obtenerla en la versión extendida de este misma cinta, en donde el payaso le dice a Harley que es imposible que alguien pueda amarlo pues él representa una idea, un símbolo, una especie de arquetipo trickster –el embaucador, loco, trasgresor de reglas- en el psicoanálisis junguiano, lo cual nos acerca entonces a la versión anterior de éste en Batman The Dark Knight (2008).   

Finalmente, de entre los protagonistas principales, vale la pena hacer mención tangencialmente al trauma sufrido por Chato Santana o “El Diablo” –por respeto a lo rescatable de este personaje, olvidémonos de sus últimos minutos convertido en un indio amorfo en llamas-, quien según lo narrado, obtuvo sus poderes incandescentes por medio de un “don” otorgado por el mismísimo lucifer. Su desventura fue perder el control frente a su familia y, con ello, acabar con gran parte de si, razón por la cual retrasa su incorporación a las filas del Escuadrón fruto del autocastigo impuesto.

Ahora volviendo a la inquietud inicial ¿pueden encontrarse algunos puntos en común entre las motivaciones de estos villanos –la búsqueda- que permitan su acción cohesionada en aras de cumplir la misión y expiar sus distintos pecados? ¿Podría una elección, una acción en un momento dado, servir de vehículo para dar un giro de timón a lo que somos o hemos sido? ¿Cambiaría nuestra percepción sobre estas personas o dependería a su vez de la propia experiencia? Estas reflexiones las proponemos recordando que no se trata de impartir juicios desde un tribunal moral sobre Deadshot, Harley Quinn, el Joker y El Diablo; sino al contrario, de observar si alguno de ellos podría ser rescatado o exculpado y así rescatarnos a nosotros mismos de los demonios que llevamos dentro.   

En su libro titulado Pensar Rápido, Pensar Despacio, el psicólogo y premio nobel de economía Daniel Kahneman analiza el asunto de la intuición y la percepción entre los humanos, propicio para extender a héroes y villanos de los cómics, de la siguiente forma: 

“Las buenas historias proporcionan una explicación coherente de las acciones e intenciones de las personas. Siempre estamos dispuestos a interpretar el comportamiento como una manifestación de propensiones generales y rasgos de la personalidad, causas que enseguida relacionamos con efectos. El ‘efecto halo’ al que me he referido páginas atrás contribuye a la coherencia, puesto que nos inclina a establecer una correspondencia entre nuestro parecer sobre todas las cualidades de una persona y nuestro juicio relativo a un atributo particularmente significativo. Si, por ejemplo, pensamos que un lanzador de béisbol es apuesto y atlético, es probable que asimismo lo consideremos bueno lanzando la pelota. Los halos también pueden ser negativos. Si pensamos que un jugador es feo, es probable que subestimemos su capacidad atlética. El efecto halo contribuye a que nuestras narraciones explicativas sean simples y coherentes, exagerando la consistencia de evaluaciones: la buena gente sólo hace cosas buenas y la mala sólo cosas malas. El enunciado “Hitler amaba a los perros y a los niños” es chocante por muchas veces que lo hayamos oído, porque cualquier rasgo amable de alguien tan maligno, contraría las expectativas puestas por el efecto halo. Las inconsistencias reducen la sencillez de nuestro pensamiento y la claridad de nuestros pensamientos”.
Desde luego que sigue habiendo un trecho largo entre, por ejemplo, Hitler y Deadshot en lo relativo a sus acciones delictivas y genocidas, lo cual no justifica ni exime de responsabilidades  a uno u otro, pues no se trata de una cuestión de números o proporciones sino de actos imputables a ellos que conllevaron la extinción de vidas humanas; sin embargo, no es esto lo discutido acá, sino lo es la hipótesis o posibilidad de que en estos individuos exista algún grado de compromiso, respeto o amor proyectado hacia algo o alguien, lo cual, como sostiene Kahneman, resulta siempre arduo de entender si consideramos la teoría de los halos. Y esta “humanización” que sale a flote en algunos de los integrantes del Suicide Squad como resultado de sus tragedias personales de origen o trayectoria –por ejemplo el caso de Chato Santana y su actitud de remordimiento, o incluso Katana en la breve conversación con el “alma de su esposo” en la espada- puede dar indicios sobre si, más allá de lo hecho y sus consecuencias de lo cual siempre se será responsable, podría existir una ventana que conecte a la consciencia con referentes simbólicos o emocionales distintos del mundo para elegir y actuar, al menos por un momento, de una forma distinta a lo que ha sido la hoja de vida.

Por supuesto que la discusión entre percepción y acción está siempre sujeta a andariveles en tanto ambos son continuos de un mismo proceso. No obstante, erigirse como un firme defensor de la primera puede conducir a desacertadas interpretaciones e injustas conclusiones asentadas en nuestra filosofía moral, principios, o juicio subjetivo -y en no pocas ocasiones, en nuestra soberbia, sesgos y prejuicios-. O dicho de otro modo, retomando la tesis del halo en Kahneman, mostrarnos sólo una posibilidad y no necesariamente la realidad, por lo cual serían las elecciones y actos de esos individuos en distintos momentos del curso vital, y no la aproximación intuitiva a priori, la que se acercaría más a comprobar la veracidad en torno a una conducta o personalidad. No en vano Carl Jung señaló que “todo depende de cómo vemos las cosas y no de cómo son en realidad”, por lo cual resulta siempre saludable partir del error en el juicio propio y del acierto en el ajeno pues hay mucho que nos excede, aún aquellas cosas más simples y presumiblemente evidentes. O si no, preguntémosle a Harley Quinn que como formidable terapista lo podría afirmar...             

Vemos así el significado de la percepción e intuición como mecanismos de la consciencia y la vez por qué sería la acción el epílogo de tal procedimiento, pero, ¿qué sería conceptualmente la acción? Sobre ella, en su tratado denominado La Acción Humana, Ludwig Von Mises explica lo siguiente:

“La acción es una cosa real. Lo que cuenta es la auténtica conducta del hombre, no sus intenciones si éstas no llegan a realizarse (…) Se podría decir que la acción es la expresión de la voluntad humana. Ahora bien, no ampliamos con tal manifestación nuestro conocimiento, pues el vocablo “voluntad” no significa otra cosa que la capacidad el hombre para elegir entre distintas actuaciones…”
Si nos asimos a estos dos autores, encontraremos entonces que, en efecto, una decisión en un momento dado no cambiará lo hecho en el pasado, pero si puede trascender de manera importante en el presente, y ella derivará consecuencias en el futuro, incluso en un monstruo como Killer Croc. Por lo cual podemos sugerir que, aún en este enfoque controversial del Joker, cualquiera de estos villanos puede conectar con algo de su humanidad, que no necesariamente del “bien” entendido por todos, sino en relación a aquello que le confiere sentido a sus vidas de las formas más insospechadas –pensemos en el unicornio rosado de Capitán Bumerang-. Quizá ello explica por qué terminan generando una suerte de química, que no amigos pues la naturaleza del mal se articula sobre la base del free rider -en la película son mucho más cercanos que lo visto en los cómics- persiguiendo sobrevivir y reconocerse uno al otro, situación que alcanza su cúspide en la secuencia del bar donde, con un sentido brindis, algunos exponen sus tragedias y malaventuras.   

En La Tarea del Héroe, el filósofo español Fernando Savater dedica algunos comentarios a la dicotomía entre el bien y el mal de la siguiente forma:

“Saber que todo es bueno o malo es saber que todo puede ser enmendado, que cada acción perturba el debido equilibrio cósmico –el Bien triunfante arriba, el Mal vencido abajo- o colabora a reimplantarlo, que la actual complementariedad en la propia ley del bien y mal es transitoria y ha de resolverse finalmente a favor del Bien (Sade pensó quizá que se resolvería a favor del Mal). En cierto sentido, lo que el inevitable optimismo ético sostiene y de donde saca su fuerza para valorar es que el Bien ha triunfado ya, aunque todavía esa victoria no se haya hecho patente a quienes penamos en el valle de lágrimas de la historia. Cuando Sócrates decía que nadie hace el mal a sabiendas, lo que quería decir es que nadie hace el mal a sabiendas de que es el mal, esto es, la opción más débil y ya derrotada: se es malo por ignorancia del inevitable y definitivo triunfo del Bien”
Lo anteriormente expuesto por el escritor ibérico se ajusta perfectamente a casos extremos del mundo de hoy, desde el Estado Islámico (ISIS) hasta otros menos fanatizados y dogmáticos como los narcotraficantes modernos: ninguno de estos grupos se conciben como el mal, muy por el contrario, entienden que están inmersos en una suerte de “misión” o propósito de vida –en el caso de los primeros la existencia propia vale poco- para establecer un orden distinto en contraposición a algo, persiguiendo aquello que no ha sido logrado o les fue "negado", lo que usualmente implica la liquidación de vidas, derechos y normas de la sociedad civilizada. Y es aquí donde se produce el quiebre del tejido moral occidental, que es justamente el que ha posibilitado el alcance de nuestros fines individuales y progresos colectivos al presente. Por cierto que el caso del Suicide Squad no resulta tan difícil como los mencionados, pues incluso estos “malhechores” actúan bajo coacción de un superior –Waller-; sin embargo, nos permite ampliar el espectro acerca de cómo entendemos los dominios del bien y el mal en nuestro entorno -incluso sobre lo que consideramos normal en comparación a nosotros- y cuáles serían en realidad aquellos actos que deben ser inadmisibles e intolerables por todos. 

Pensar en agotar tan interesantes y complejas reflexiones en estas breves líneas sobre el Escuadrón Suicida sería ingenuo, no obstante, es tarea de toda persona interesada en trasmitir los principios de la sociedad libre por medio de la educación el estudiar y abordar el tema del mal ante las nuevas generaciones, especialmente cuando nos hemos acercado tanto a este reino por medio de la cultura y, en el caso venezolano, a través de nuestra propia vida cotidiana. ¿Es posible que los villanos de las historietas nos aleccionen mucho más que los propios héroes? Indudablemente, de hecho ya está ocurriendo -al margen de que muchas veces se subestime la profundidad o vigencia de los segundos- y debemos tener respuestas atinadas para explicarlo a la altura del universo que vivimos. Dicho de un manera sencillo, ¿se puede hacer el bien utilizando al mal? La apuesta de la última película de DC Cómics es que en efecto es posible, lo cual no sólo se agradece por ofrecer un expediente de análisis original y complementario a, lo que en palabras de Savater, se define como la tarea del héroe, de por sí trágica y sacrificada, sino que permite poner el lente sobre personajes que usualmente son la contracara esta vez desde su propia óptica y sustancia, desmitificando que el superhéroe deba ser siempre el bueno y el villano deba ser el malo. Deadshot, Harley Quinn, Rick Flag, Capitán Bumerang, Killer Croc, Katana, El Diablo e incluso, El Joker a su manera, nos recuerdan los límites de esa difusa línea entre lo que somos y lo que podemos ser. Brindemos pues, junto a ellos en el bar, por la oportunidad que nos conceden de mirarnos en el espejo.     


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