“En un mundo de hombres voladores y
monstruos, esta es la única forma de proteger esta nación”
Amanda Waller
“No soy alguien que pueda ser amado, soy
una idea”
El Joker
“Muchas veces he pensado si el mal no
está puesto en el Universo como un tema de trabajo y un incentivo a nuestra
curiosidad.”
Santiago Ramón y Cajal
Muchos años han transcurrido desde que, por
allá en 1934, un conjunto de profesionales de diversos ámbitos del mundo
artístico estadounidense -y de inmigrantes o descendientes de éstos- imaginaron
la forma de, a través de la cultura, ofrecer una respuesta a dos amenazas
latentes que se erigían sobre la sociedad abierta: en primer lugar, la sombra
de la guerra en Europa y el avance del nacionalsocialismo y, en segundo, el
clima de intranquilidad y suspicacia interna posterior a la Gran Depresión
(1929) y las controversiales políticas del presidente Roosevelt y su New Deal. Así, no sobraban referentes y liderazgos
públicos que inspiraran a las personas en torno a los principios constitutivos
de la gran República, generando confianza hacia un futuro más promisorio y
esperanzador para superar la crecientes adversidades. En este complejo mapa
geopolítico, económico y social surge la primera avanzada de personajes
ficticios, que posteriormente serían conocidos como superhéroes por sus grandes
hazañas y compromisos allá donde la condición humana del hombre real fallaba –o
en realidad mostraba en gran medida su verdadera naturaleza-, honrando así
aquella frase del escritor Octavio Paz según la cual “la imaginación en libertad transforma al mundo y hecha a volar las
cosas”, tomando casi literal aquello de volar con la concepción de Superman en 1938.
Pero pronto los
tributados dibujantes tomarían conciencia de que, así como más o menos ocurre
en el mundo real, los grandes héroes sólo podrían existir y perdurar si frente a ellos se hallasen conflictos, enigmas y disyuntivas que pongan
a prueba su talante ideario y moral, originándose así los excelsos villanos o
contrapartes antagónicas representativas en muchos casos de su propia imagen
deformada. Ahora bien, como toda creación humana, el mundo de los cómics y sus
protagonistas no escapan de externalizar las complejidades que a cualquier individuo de nuestra especie caracteriza, confrontando a la vida misma en no pocas
ocasiones con decisiones y acciones que orientan hacia zonas más grises que
blancas y negras de la existencia, por lo que resultaría interesante formular
algunas interrogantes iniciales en torno a este asunto: ¿Son siempre los
superhéroes, al luchar por la verdad, la justicia, la libertad y la paz aquellos
que despiertan empatía, admiración y fervor en nuestra sociedad por su abnegación
perpetua? ¿Están siempre los villanos confinados al rincón de nuestra más
profunda animadversión por sus actividades delictivas, antisociales o inmorales?
¿Existe algún punto en donde los némesis de nuestros símbolos de la virtud
puedan equiparar y, por qué no, superar la conexión e identificación que las
personas tienen con sus dilemas y experiencias a partir de una mirada más honda al porqué de sus actos? ¿Se trata al fin y al cabo entonces de un tema
de perspectiva y la justicia puede tener un “lado sombrío”? El hecho de abordar
estas cuestiones cardinales puede abrir nuevos enfoques para profundizar en las relaciones de héroes y villanos y, con ellos, de nuestra propia naturaleza en
el difícil mundo que habitamos, no para promover una sustitución o
intercambio de la idea del bien por el mal o viceversa -considerando que es la
ley moral la que permite comprender nuestros propios límites y diferenciar
aquellos dominios el uno del otro-, pero si entrar a la discusión de una forma
más novedosa, creativa y realista, especialmente de cara a las nuevas generaciones
cada vez más ávidas de conocimiento, perspicaces, curiosas y deliberativas.
En este orden de ideas, la última cinta de la editorial DC
Cómics dirigida por el realizador David Ayer crea un espacio propicio y
refrescante para aproximarnos a algunos de estos elementos. Suicide Squad, o El Escuadrón Suicida,
se propone como la primera película basada en las acciones de un conjunto de
villanos -en rol protagónico- que son reclutados por una agencia secreta del Gobierno
estadounidense interesada en su participación en misiones clandestinas de alto
riesgo, bajo el acuerdo de reducir sus sentencias si tienen éxito o de
condenarlos si fracasan. Tal y como sucede
en las últimas versiones de las historietas sobre este grupo al
margen de la ley, son reclutados por la agente y ex asesora del Congreso Amanda
Waller –quien observó con atención la película entenderá por qué se hizo
merecedora de su pseudónimo the wall o
“el muro”- para conformar un equipo de contención o respuesta inmediata frente
a potenciales amenazas extraterrestres o metahumanas –como se conoce a los
portadores de poderes especiales-, luego de los eventos de su predecesora Batman v Superman El Amanecer de la Justicia
en donde el hombre de acero fue considerado un riesgo para la seguridad
nacional y global. Así, nos presentan un primer vistazo a los integrantes de la
llamada Task Force X en su estado de
prisión y aislamiento de Belle Reeve,
famosa institución penitenciaria del mundo DC Cómics, y a sus principales
exponentes: Floyd Lawton, asesino a sueldo mejor conocido como Deadshot, Harleen Quinzel, antigua
psicóloga del reputado Asilo de Arkham convertida ahora en Harley Quinn y Rick Flag, coronel de la fuerza armada
estadounidense y líder del conjunto. Completan en roles secundarios George
“Digger” Harkness -Capitán Bumerang-,
Chato Santana –El Diablo-, Waylon
Jones –o el autoproclamado apuesto Killer
Croc- la habilidosa Katana y un personaje que al menos a juicio de quien
escribe se esperaba mucho más, la bruja mística conocida como The Enchantrees
–aka La Encantadora-. Una figura siniestra que nadie en su sano juicio
puede olvidar -valga la paradoja- oscila en una trama sencilla, previsible y
por momentos decepcionante en cuanto a su clímax y desarrollo argumentativo:
nos referimos al recordado The Joker o El Guasón, quien no se incorpora
desde luego como miembro del Escuadrón sino que se introduce a partir de una
temática paralela al eje central de la película, a saber, los orígenes de su
relación psicótico-amorosa con Harley
Quinn desde que fuera paciente suya en el mencionando sanatorio de Ciudad Gótica,
hasta el momento de la captura de ésta a manos de Batman.
Sin duda que los puntos fuertes de esta cinta
giran en torno a los personajes centrales y sus historias de vida –sumados a
muy buenos incisos de humor- más que a la inmanencia de una narrativa sólida,
como prometía el primer teaser tráiler allá por abril del 2015 –cabe decir
que gracias a la arrogancia y mezquindad de pseudo-analistas impresentables
como los del portal Rotten Tomatoes,
que pretenden saber más de las preferencias e intereses de los expectadores de
los films que éstos mismos monopolizando
las críticas, el guión de Suicide Squad
sufrió modificaciones de última hora al ser calificado como “muy oscuro,
complicado y perverso” para el público, lo que forzó a los estudios Warner a
introducir y reemplazar escenas de forma improvisada-, por lo que más que
analizar la secuencia temática, conviene extraer dos tópicos generales contenidos en la
producción para intentar, modestamente, arrojar luces sobre las cuestiones
anteriormente planteadas: por un lado, el rol de las agencias de seguridad
nacional o los servicios de inteligencia, sus funciones, límites y riesgos para
la sociedad libre y, por el otro, el tema del mal centrado en un conjunto de
villanos que cooperan forzosamente persiguiendo, además de salvar sus vidas, una
suerte de “expiación” por sus actos criminales, o incluso más allá, por sus
culpas, fallos y tragedias personales del pasado que originaron, citando a
Robert Louis Stevenson, al Míster
Hyde de su doctor Jekyll. La cosa sería, entonces, examinar por medio del planteamiento de
Suicide Squad si es cierto que se
puede actuar en pro del bien, o más preciso aún, si se puede emplear de alguna
forma el poder del mal -entendido en este contexto como una oficina gubernamental
y un equipo de villanos- para hacer el trabajo y salvar el día.
Durante la película no se expone con claridad
el nombre de la agencia secreta a la cual pertenece Amanda Waller, sino que entra
en escena directamente planteando la incorporación de la llamada Fuerza X, bajo su dirección, a las labores de seguridad nacional
frente a virtuales peligros, presentando los perfiles de cada uno así como sus
credenciales de mujer ruda, astuta y maquinadora –sostiene que su principal
talento es hacer que la gente actúe en contra de su propio interés, ¡vaya! Qué
pensaría Adam Smith-. Esta negociación se lleva a cabo con dos asesores
de la administración gubernamental, funcionarios íntimamente relacionados con
la toma de decisiones ejecutivas y a quienes luego vemos brindándole su apoyo
en la reunión privada donde La
Encantadora hace uso de sus habilidades. Al margen de si es
justificable o no la afiliación de un conjunto de criminales a encomiendas
suicidas necesarias, la sucesión de escenas permite introducir el
primer punto a discusión, a decir, el papel de las agencias anónimas con fines
de protección de la sociedad civil. En el mundo real abundan oficiales
como Waller y, al igual que en la película, de los que muy poco se sabe por la
misma naturaleza de sus funciones. Sin embargo, estas figuras –oficinas,
agentes- que normalmente se instituyen como nuestros “protectores” frente al
terrorismo, el narcotráfico o el secuestro, por lo general están íntimamente
asociadas con círculos políticos y burocráticos estatales, a quienes no les
tiembla el pulso a la hora de quebrantar la privacidad de los ciudadanos o
emplearlos como medios para perseguir sus fines –sin entrar a profundidad sobre
el tema, recordemos el polémico caso del ex agente de la CIA y la NSA Edward
Snowden y su deserción a Rusia por revelar documentos clasificados de espionaje
de dichas agencias en 2013-, por lo que debería promoverse la creación de
instituciones, desde luego, vigilantes de las amenazas anteriormente expuestas
para el orden civil, pero cuyas jurisdicciones sean lo más independientes posible del
Poder Ejecutivo –o que consten de la imprescindible transparencia de
gestión y balances, auditorías imparciales-, pues su deformación hacia fines
distintos a los inicialmente previstos conduce a una pérdida de la libertad y a
una violación de derechos personales. Si nos fijamos con detenimiento en el
personaje de Amanda Waller, observaremos que hay mucho de esta preocupación
implícita: luego de obtener la aprobación gubernamental para dirigir a los
llamados peores héroes del mundo (worst heroes ever), se convierte en una
suerte de matriarca capaz de disponer de vidas –asesina a sangre fría varios miembros
de su equipo en el edificio-, planes –la razón del Escuadrón se supone era
detener una amenaza “terrorista” para preservar civiles y de pronto se
convierte en una empresa para salvarla a ella-
y sentimientos –manipula a Rick Flag y Deadshot sobre la base del afecto
a sus seres queridos- sin rendir cuentas, sobre la lógica despótica de el fin justifica los medios. Por este
motivo, y reivindicando la necesidad de contar con estructuras de este tenor
que ofrezcan ciertas garantías a las personas anticipando crímenes a gran
escala, resultará siempre fundamental el establecer claros límites al poder de
agentes y oficinas constituidas con este propósito antes que sujetos como el
Joker no sean los únicos peligros que nos acechen.
El segundo punto a mencionar, desde luego, trata de ofrecer una mirada más cercana al propio Escuadrón Suicida y sus miembros,
para comprender quizá algo más acerca de las pulsiones internas de estos
villanos y sus motivaciones. Viendo el global de la cinta, ¿se puede afirmar
que son "los malos"? Desde la perspectiva de quien escribe, y ante la complejidad
de los tiempos que vivimos –sin entrar a valorar las
actuaciones o sustancia argumentativa de cada uno- diría que consiguen generar más conexión con el público que personajes incluso de la talla del
mismísimo Superman como edificación suprema del bien, pues aunque no sea esto
del todo verdadero –ver
comentarios de Batman v Superman Dawn of Justice en este mismo blog-, el
espectador proyecta su criterio y emociones sobre aquellos individuos que encuentra más
cercanos a su propia experiencia, a sus angustias, a sus procederes y a sus fallos, adhiriéndose al recipiente cinematográfico de maneras singulares.
¿Quién no se identifica con la tragedia de Floyd Lawton –Deadshot- en relación
a su hija? Un mercenario con grandes dotes para matar, y lo hace, pero que no
termina de convencernos de ser “el malo”, más allá de la siempre carismática y
jocosa actuación de Will Smith. Sorprendido por Batman en pasajes iniciales donde
se nos revela su rol de padre atrapado en dilemas morales –su hija sabe lo que
hace, pero aun así lo quiere-, se presenta una versión del personaje más humana
que lo hallado en los cómics, donde efectivamente se une al camino del mal como
resultado del asesinato accidental de su hermano con un rifle cuando eran
adolescentes, producto del repudio hacia su padre –elemento por cierto éste
constitutivo de la mayoría de las psiques quebradas de los criminales en el
mundo real y el ficticio-. Así, un encarcelado Deadshot accede a contribuir con
Waller y Flag a cambio de negociar permisos para ver a su hija –imposible
olvidar una de las más
divertidas secuencias del film, cuando está comprobando su capacidad de
tiro ante todos, para luego pasar a hacer una lista de “solicitudes” por sus
servicios- patrón que guiará sus acciones a lo largo del metraje por la necesidad de reivindicación frente a su primogénita.
El desarrollo de Harley Quinn en la trama no
dista mucho de la lógica anteriormente descrita, es decir, sus acciones centrales
gravitan en torno a su deseo y necesidad por alguien más: El Joker. Los
constantes flashbacks que nos
permiten ubicarnos en su historia de inmediato muestran a una brillante y
reconocida psiquiatra del Asilo de Arkham paradójicamente vencida por la
personificación del caos y el poder ilimitado, cuya inquietante naturaleza
psicópata había prometido rehabilitar. Al igual que en las historietas, la
también destacada gimnasta –cualidad que se plantea de forma tácita en la
película al observar sus acrobacias- sucumbe al desenfreno de su ello en términos freudianos por el
príncipe payaso, incluso sometiéndose a una tortura voluntaria basada en
impactos eléctricos directamente a su cerebro, lo cual termina por desatar a su
álter ego. Al igual que Deadshoot, es aprehendida por el caballero oscuro e
internada en Belle Reeve, donde igualmente es forzada a maltratos y torturas
–aunque esta vez parece en parte disfrutarlas de forma masoquista y neurótica-
a manos de los guardias del recinto. Al momento de quedar conformado el Suicide Squad, Harley ya tiene contacto
con el Joker y conoce de sus intenciones rescatistas, por lo cual la vemos
participando en la misión siempre atenta y consagrada a volver con su creador
–recordemos que su franela dice “el pequeño monstruo de papá” (daddy´s lil monster)- lo cual ocurre
circunstancialmente antes del desenlace de la cinta.
¿Y qué se puede decir del Joker? Hablar de
Harley Quinn es siempre sinónimo de hacer referencia al calificado mejor
villano de todos los tiempos, aunque en esta ocasión basado en una concepción
distinta del mismo, más gansteril que nihilista nietzscheano, lo cual nos
retrotrae a una visión contemporánea de la aclamada interpretación de Jack
Nicholson en Batman (1989). A pesar
de ser uno de los puntos fuertes del metraje, no deja de producir cierto
sinsabor que el objetivo central del Joker sea el rescate de Harley y la
presunta necesidad maniaco-compulsiva de tenerla y “cuidarla”, como que si
efectivamente se tratara de un tipo de afecto verdadero, pues su relación con
ella en las historietas suele ser utilitarista y violenta. ¿Puede el Joker
sentir amor, empatía real por alguien? Interesante y compleja pregunta que no
pretende encontrar respuesta aquí, sin embargo, sugerimos dos posibles
respuestas a la misma: una se localiza en el afamado cómic que lleva por nombre La Broma Asesina (The
Killing Joke), el cual propone una génesis del personaje, encontrando en éste
que tiene una esposa y un hijo, similar a lo que advertimos en el sueño de
Harley manipulada por Enchantress. La
otra teoría, podemos obtenerla en la versión extendida de este misma cinta, en donde
el payaso le dice a Harley que es imposible que alguien pueda amarlo pues él
representa una idea, un símbolo, una especie de arquetipo trickster –el embaucador, loco, trasgresor de reglas- en el
psicoanálisis junguiano, lo cual nos acerca entonces a la versión anterior de
éste en Batman The Dark Knight (2008).
Finalmente, de entre los protagonistas
principales, vale la pena hacer mención tangencialmente al trauma sufrido por
Chato Santana o “El Diablo” –por respeto a lo rescatable de este personaje,
olvidémonos de sus últimos minutos convertido en un indio amorfo en llamas-,
quien según lo narrado, obtuvo sus poderes incandescentes por medio de un “don”
otorgado por el mismísimo lucifer. Su desventura fue perder el control frente a
su familia y, con ello, acabar con gran parte de si, razón por la cual retrasa
su incorporación a las filas del Escuadrón fruto del autocastigo impuesto.
Ahora volviendo a la inquietud
inicial ¿pueden encontrarse algunos puntos en común entre las motivaciones de
estos villanos –la búsqueda- que permitan su acción cohesionada en aras
de cumplir la misión y expiar sus distintos pecados? ¿Podría una elección, una acción en un momento dado, servir de
vehículo para dar un giro de timón a lo que somos o hemos sido? ¿Cambiaría
nuestra percepción sobre estas personas o dependería a su vez de la propia
experiencia? Estas reflexiones las proponemos recordando que no se trata de
impartir juicios desde un tribunal moral sobre Deadshot, Harley Quinn, el Joker
y El Diablo; sino al contrario, de observar si alguno de ellos podría ser
rescatado o exculpado y así rescatarnos a nosotros mismos de los demonios que
llevamos dentro.
En su libro titulado Pensar Rápido, Pensar Despacio, el psicólogo y premio nobel de
economía Daniel Kahneman analiza el asunto de la intuición y la percepción entre
los humanos, propicio para extender a héroes y villanos de los cómics, de la
siguiente forma:
“Las buenas
historias proporcionan una explicación coherente de las acciones e intenciones
de las personas. Siempre estamos dispuestos a interpretar el comportamiento
como una manifestación de propensiones generales y rasgos de la personalidad,
causas que enseguida relacionamos con efectos. El ‘efecto halo’ al que me he
referido páginas atrás contribuye a la coherencia, puesto que nos inclina a
establecer una correspondencia entre nuestro parecer sobre todas las cualidades
de una persona y nuestro juicio relativo a un atributo particularmente
significativo. Si, por ejemplo, pensamos que un lanzador de béisbol es apuesto
y atlético, es probable que asimismo lo consideremos bueno lanzando la pelota.
Los halos también pueden ser negativos. Si pensamos que un jugador es feo, es
probable que subestimemos su capacidad atlética. El efecto halo contribuye a
que nuestras narraciones explicativas sean simples y coherentes, exagerando la consistencia de evaluaciones:
la buena gente sólo hace cosas buenas y la mala sólo cosas malas. El
enunciado “Hitler amaba a los perros y a los niños” es chocante por muchas
veces que lo hayamos oído, porque cualquier rasgo amable de alguien tan
maligno, contraría las expectativas puestas por el efecto halo. Las
inconsistencias reducen la sencillez de nuestro pensamiento y la claridad de
nuestros pensamientos”.
Desde luego que sigue habiendo un trecho
largo entre, por ejemplo, Hitler y Deadshot en lo relativo a sus acciones
delictivas y genocidas, lo cual no justifica ni exime de responsabilidades a uno u otro, pues no se trata de una
cuestión de números o proporciones sino de actos imputables a ellos que conllevaron la extinción de vidas humanas; sin embargo, no es esto lo discutido acá, sino
lo es la hipótesis o posibilidad de que en estos individuos exista algún grado
de compromiso, respeto o amor proyectado hacia algo o alguien, lo
cual, como sostiene Kahneman, resulta siempre arduo de entender si consideramos
la teoría de los halos. Y esta “humanización” que sale a flote en algunos de
los integrantes del Suicide Squad como
resultado de sus tragedias personales de origen o trayectoria –por ejemplo el caso de Chato Santana y su actitud de remordimiento, o
incluso Katana en la breve conversación con el “alma de su esposo” en la espada-
puede dar indicios sobre si, más allá de lo hecho y sus consecuencias de lo
cual siempre se será responsable, podría existir una ventana que conecte a la
consciencia con referentes simbólicos o emocionales distintos del mundo para
elegir y actuar, al menos por un momento, de una forma distinta a lo que ha sido
la hoja de vida.
Por supuesto que la discusión entre
percepción y acción está siempre sujeta a andariveles en tanto ambos son
continuos de un mismo proceso. No obstante, erigirse como un firme defensor de
la primera puede conducir a desacertadas interpretaciones e injustas
conclusiones asentadas en nuestra filosofía moral, principios, o juicio
subjetivo -y en no pocas ocasiones, en nuestra soberbia, sesgos y prejuicios-.
O dicho de otro modo, retomando la tesis del halo en Kahneman, mostrarnos sólo
una posibilidad y no necesariamente la realidad, por lo cual serían las elecciones
y actos de esos individuos en distintos momentos del curso vital, y no la
aproximación intuitiva a priori, la que se acercaría más a comprobar la veracidad
en torno a una conducta o personalidad. No en vano Carl Jung señaló que “todo depende de cómo vemos las cosas y no de
cómo son en realidad”, por lo cual resulta siempre saludable partir del
error en el juicio propio y del acierto en el ajeno pues hay mucho que nos
excede, aún aquellas cosas más simples y presumiblemente evidentes. O si no,
preguntémosle a Harley Quinn que como formidable terapista lo podría afirmar...
Vemos así el significado de la percepción e
intuición como mecanismos de la consciencia y la vez por qué sería la acción el
epílogo de tal procedimiento, pero, ¿qué sería conceptualmente la acción? Sobre
ella, en su tratado denominado La Acción Humana, Ludwig Von Mises explica lo
siguiente:
“La acción es una cosa real. Lo que cuenta es la auténtica
conducta del hombre, no sus intenciones si éstas no llegan a realizarse (…) Se
podría decir que la acción es la expresión de la voluntad humana. Ahora bien,
no ampliamos con tal manifestación nuestro conocimiento, pues el vocablo
“voluntad” no significa otra cosa que la capacidad el hombre para elegir entre
distintas actuaciones…”
Si nos asimos a estos dos autores, encontraremos
entonces que, en efecto, una decisión en un momento dado no cambiará lo hecho
en el pasado, pero si puede trascender de manera importante en el presente, y
ella derivará consecuencias en el futuro, incluso en un monstruo como Killer Croc. Por lo cual podemos sugerir
que, aún en este enfoque controversial del Joker, cualquiera de estos
villanos puede conectar con algo de su humanidad, que no necesariamente del “bien”
entendido por todos, sino en relación a aquello que le confiere sentido a sus
vidas de las formas más insospechadas –pensemos en el unicornio rosado de
Capitán Bumerang-. Quizá ello explica por qué terminan generando una suerte de
química, que no amigos pues la naturaleza del mal se articula sobre la base del
free rider -en la película son mucho
más cercanos que lo visto en los cómics- persiguiendo sobrevivir y reconocerse
uno al otro, situación que alcanza su cúspide en la secuencia del bar donde,
con un sentido brindis, algunos exponen sus tragedias y malaventuras.
En La
Tarea del Héroe, el filósofo español Fernando Savater dedica algunos
comentarios a la dicotomía entre el bien y el mal de la siguiente forma:
“Saber que
todo es bueno o malo es saber que todo puede ser enmendado, que cada acción
perturba el debido equilibrio cósmico –el Bien triunfante arriba, el Mal vencido
abajo- o colabora a reimplantarlo, que la actual complementariedad en la propia
ley del bien y mal es transitoria y ha de resolverse finalmente a favor del
Bien (Sade pensó quizá que se resolvería a favor del Mal). En cierto sentido,
lo que el inevitable optimismo ético sostiene y de donde saca su fuerza para
valorar es que el Bien ha triunfado ya, aunque todavía esa victoria no se haya
hecho patente a quienes penamos en el valle de lágrimas de la historia. Cuando
Sócrates decía que nadie hace el mal a sabiendas, lo que quería decir es que
nadie hace el mal a sabiendas de que es el mal, esto es, la opción más débil y
ya derrotada: se es malo por ignorancia del inevitable y definitivo triunfo del
Bien”
Lo anteriormente expuesto por el escritor ibérico se ajusta perfectamente a casos extremos del mundo de hoy, desde el Estado Islámico (ISIS) hasta otros menos fanatizados y dogmáticos como los
narcotraficantes modernos: ninguno de estos grupos se conciben como el mal, muy
por el contrario, entienden que están inmersos en una suerte de “misión” o
propósito de vida –en el caso de los primeros la existencia propia vale poco-
para establecer un orden distinto en contraposición a algo, persiguiendo aquello que no ha sido
logrado o les fue "negado", lo que usualmente implica la liquidación de vidas,
derechos y normas de la sociedad civilizada. Y es aquí donde se produce el
quiebre del tejido moral occidental, que es justamente el que ha posibilitado el alcance de nuestros
fines individuales y progresos colectivos al presente. Por cierto que el caso del Suicide Squad no resulta tan difícil como los mencionados, pues incluso estos “malhechores” actúan bajo coacción de
un superior –Waller-; sin embargo, nos permite ampliar el espectro acerca de
cómo entendemos los dominios del bien y el mal en nuestro entorno -incluso
sobre lo que consideramos normal en comparación a nosotros- y cuáles serían
en realidad aquellos actos que deben ser inadmisibles e intolerables por todos.
Pensar en agotar tan interesantes y complejas reflexiones en estas breves líneas sobre el Escuadrón Suicida
sería ingenuo, no obstante, es tarea de toda persona interesada en trasmitir
los principios de la sociedad libre por medio de la educación el estudiar y
abordar el tema del mal ante las nuevas generaciones, especialmente cuando nos
hemos acercado tanto a este reino por medio de la cultura y, en el caso
venezolano, a través de nuestra propia vida cotidiana. ¿Es posible que los
villanos de las historietas nos aleccionen mucho más que los propios héroes?
Indudablemente, de hecho ya está ocurriendo -al margen de que muchas veces se
subestime la profundidad o vigencia de los segundos- y debemos tener respuestas
atinadas para explicarlo a la altura del universo que vivimos. Dicho de un manera sencillo, ¿se puede hacer el bien utilizando al mal? La apuesta de la última
película de DC Cómics es que en efecto es posible, lo cual no sólo se agradece
por ofrecer un expediente de análisis original y complementario a, lo que en palabras
de Savater, se define como la tarea del héroe, de
por sí trágica y sacrificada, sino que permite poner el lente sobre personajes
que usualmente son la contracara esta vez desde su propia óptica y sustancia,
desmitificando que el superhéroe deba ser siempre el bueno y el villano deba
ser el malo. Deadshot, Harley Quinn, Rick Flag, Capitán Bumerang, Killer Croc,
Katana, El Diablo e incluso, El Joker a su manera, nos recuerdan los límites de
esa difusa línea entre lo que somos y lo que podemos ser. Brindemos pues, junto
a ellos en el bar, por la oportunidad que nos conceden de mirarnos en el espejo.
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