Carlos Herrera O.
Prólogo
La mitología del caballero de la noche posiblemente sea la más popular y reconocida por los seguidores y aficionados del mundo de los cómics. A través de historietas, libros, series, películas y tantos otros contenidos comercializados desde 1940, sus epopéyicas acciones en contra del crimen organizado de Ciudad Gótica, así como su sombrío pasado y complejidades como individuo, nos han conquistado por su capacidad de transmitir emociones e incertezas más allá de cualquier otra encarnación de la casa Editorial DC, logrando empatizar y hacernos sentir parte de su ciclo trágico y, por momentos, inexorable.
Así, en el marco de la riqueza de su canon y reforzado
por una atmósfera lúgubre y personajes obnubilados de primera línea, pocos
quizá se imaginaban que, dentro de la cultura del mainstream, pudiera emerger otro
largometraje que contribuyera de forma singular a encumbrar todavía más el mito
del hombre murciélago. Y es que la nueva película del director Matt Reeves, The
Batman, no escatima en riesgos, mirando a través de una lupa -de forma
literal- cómo una urbe es víctima de sus demonios producto de intrigas del
pasado y una ferviente lucha por el poder y sus estructuras.
Un elemento creativo del realizador y su guion que
vale la pena desentrañar de esta historia que, sin ser de origen, nos retrotrae
justamente a su génesis, es el relativo a las experiencias de vida de la
familia Wayne y sus motivaciones, quizá una de las apuestas más estremecedoras
de la cinta más allá del caos desatado por el Acertijo y sus consecuencias. A
través del tiempo, los padres de Bruce Wayne fueron representados en general
como un arquetipo del bien, de la integridad, la transparencia y la
preocupación por alcanzar una sociedad más justa y cooperativa. Esta imagen,
por instantes inmaculada de Thomas y Martha, se ve pocas veces comprometida a tal
punto como lo propone la nueva producción de Reeves -importante recordar
también la propuesta del director Todd Phillips en El Joker con su visión de
Thomas Wayne, su campaña y su posible relación con el personaje principal-, al
introducir un argumento que pone en tela de juicio la sanidad mental de la
madre de Martha, como ejecutora de su propio esposo, sin revelar todas las
causas.
De acuerdo con la visión de The Batman y algunas historietas que desarrollan su historia, las familias fundadoras de la ciudad están representadas en los Wayne y los Arkham, dos acaudalados grupos cuyas perspectivas sin embargo parecen seguir una línea tendiente a la filantropía y a la responsabilidad social. En ambos casos encontramos la materialización de estas intenciones, por ejemplo, representados en la creación de orfanatos, fundaciones de ayuda social, y el más que reconocido asilo de Arkham, institución que fue concebida como un espacio de rehabilitación para personas con distintos trastornos.
Justamente en esta trama se inserta la situación vivida, según la
película, por Martha, quién de acuerdo con algunos relatos de origen,
perteneció a la familia Arkham -poderoso colectivo de Ciudad Gótica sobre quienes
recaería un mantra sobrenatural y ligado a la locura- y su matrimonio con
Thomas podría haber sido fruto de la relación familiar que existía entre ambos
consorcios. Sin embargo, luego del episodio descrito de su madre, Martha habría
experimentado momentos de inestabilidad y quiebre psicológico, producto de una
potencial enfermedad mental hereditaria que la habría llevado incluso a ser recluida
en el asilo de Arkham para tratarse, fundado por Amadeus Arkham[1]. Por aquél entonces Thomas
Wayne, en plena carrera electoral por la alcaldía de Ciudad Gótica y desafiando
a distintos jefes de la mafia, se vio envuelto en una red de chantajes e intriga
entre los principales exponentes del crimen en pugna, Salvatore Maroni y Carmine
Falcone, recurriendo al segundo en un momento de debilidad -según relata Alfred-
en busca de ayuda para evitar que el pasado de Martha fuera expuesto en la prensa,
sin esperar el fatídico desenlace y consecuencias que su decisión traería en el
futuro.
Lo relevante acá, a nuestro juicio, pudiera
interpretarse en 2 direcciones: la primera, mostrar la existencia de alianzas
entre grupos y/o familias con diferentes grados de poder, como ha existido se
cree a lo largo del tiempo (Los Masones, los Iluminati, por citar algunos) y, la
más importante, la “humanización” de la familia Wayne, su acción en búsqueda
salvaguardar cierta aura de honorabilidad, que en realidad se traduce en la práctica
en proteger a aquellos que más queremos.
Los pactos y acuerdos secretos entre ‘logias’ han
ocurrido desde tiempo inmemoriales en distintas culturas, motivado a distintos
intereses comunes que por general se mantienen al margen de todos los demás. Sin
pretender establecer una comparación aquí entre dos familias de la ciencia
ficción y grupos pertenecientes a la realidad, lo que toca el interés de quién
escribe en este aspecto refiere más a la intención de anonimato y el resguardo
colaborativo de situaciones donde la adversidad toma forma -como el ocultamiento
público de la posible demencia o trastorno de Martha y su madre- en función de
los compromisos alcanzados por un estatuto, ley, religión o norma tácita de
cumplimiento o solidaridad.
En el caso de lo atingente a la familia Wayne, parece todo un acierto del planteamiento fílmico aquello de, incluso en la aparente panacea del estatus material y moral, cómo determinadas circunstancias o, ‘un mal día’ pueden llevar a personas decentes a tomar decisiones erráticas, comprometedoras o conducentes al dolor. Y pese a que ello no sea motivo precisamente de orgullo, es un elemento que fraterniza con las audiencias de hoy en día, con frecuencia sometidas en la vida cotidiana a presiones, dudas y temores que los empujan al límite.
Esta variante de Thomas Wayne simboliza la
fragilidad de una mente preocupada por proteger aquello que significa todo,
incluso más allá de su legado, como puede suceder a un padre o una madre en la
cotidianidad respecto de las vicisitudes que afronte su progenie, o cualquier
otro miembro del núcleo familiar que no deseamos ver sometido a la mofa o
mezquindad del escarnio público, especialmente en el mundo de hoy donde el
linchamiento moral o espiritual está a la orden de una pantalla, sin comprender
de causas o razones, a veces involuntarias, que acarrean desenlaces oscuros.
Empero, el asunto no termina aquí. El ciclo de
tragedia y caos derivado de una acción se vuelve casi atemporal al marcar los
destinos de generaciones por venir. Tal es el caso del Acertijo, cuya vendetta
contra distintos grupos y sujetos específicos dentro de la trama nos retrata
una espiral de crisis, resentimiento y odio contra lo que él cree fueron todos
los responsables de su muy evidente desdicha. De esta forma, la ciudad, otrora
representación de progreso y civilidad desde hace siglos para la humanidad, se
vuelve un tablero del ajedrecista maestro para devolver cada día de su pesadilla.
Desde esta perspectiva, el filme puede ser interpretado
como el ocaso de una familia y su ciudad, donde confluye la incertidumbre, la
duda y falta de confianza en personas e instituciones. Un espacio donde la
violencia tiene muchos rostros, ocupa muchos rincones y se nutre especialmente
de la ausencia de valor y fe en las convicciones civilizatorias. Es, sin duda,
tal y como describe la novela gráfica de Jeph Loeb y Tim Sale, El Largo Halloween
de aquellos dos reinos, donde un heredero de la noche intentará rebelarse, aún
en sus recurrentes cuestionamientos y con un aura inédita de locura como
herencia familiar, en búsqueda de cortar el sórdido ciclo de tiniebla y perversidad.
[1] Para más referencias sobre la historia de la familia Arkham, ver Batman Tierra Uno, de Jeoff Johns (2012).
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