"¿Quiénes se creen los demás para
decidir cómo han de ser nuestras vidas?"
Louisa
Clark
"Había traído consigo los vientos
favorables de un mundo enorme, y resultaba extrañamente cautivador"
William
Traynor
"Sólo es libre aquello que existe por las necesidades de su propia naturaleza y cuyos actos se originan exclusivamente dentro de sí"
Baruch Spinoza
Existen no
pocas historias en la tradición hollywoodense que, a través del tiempo, han
logrado aflorar las más diversas y encomiables pasiones del público mundial
ofreciendo una ventana al reconocimiento de nuestra compleja e irreductible
sustancia humana, especialmente cuando ésta es llevada a sus límites por el
advenimiento de tribulaciones inherentes a nuestra existencia. Es posible que
en la memoria de quien lee estas líneas habiten imágenes, recuerdos o palabras
conducentes a momentos de aquellas producciones que entronizaron la alegría, el
dolor, el desconcierto, la valentía, el temor o la esperanza en sus vidas como
una elevación o descenso de nuestra proyección individual según sea el caso
–vale la pena acotar, sobre todo si se basaron en afamadas narraciones
literarias o hechos de la vida real-.
En esta
tradición se inserta la cinta Yo Antes de
Ti, basada en el popular libro de la novelista británica Jojo Moyes y
publicado en el año 2012, la cual relata el encuentro y posterior relación
entre un joven discapacitado por un accidente que marca un punto de inflexión
en su vida y una chica voluntariosa, pintoresca y gentil que acepta el difícil
reto de ayudarlo con algo más que su impedimento físico. Inmerso en la montaña
rusa de emociones que desata este meritorio texto –así como su versión
cinematográfica-, conviene destacar, tanto como agradecer, los riesgos asumidos
por su autora al plasmar con lucidez algunas conjeturas en torno a la libertad
individual.
La riqueza
de aristas y perspectivas para abordar una propuesta de esta índole permite
desde luego la conformación de una multiplicidad de opiniones y hasta
controversias, por cierto siempre bienvenidas como parte del intercambio de
ideas y juicios de valor siempre que no se constituyan, como señala el profesor
argentino Alberto Benegas Lynch, en una especie de tribunal supremo sobrehumano,
infalible e inapelable, que dictamine sentencias sobre los actos ajenos, sobre
todo cuando nos referimos a asuntos tan delicados con la vida misma. Apuntaremos
solamente a lo observado en la película, dejando una invitación a que todo
interesado en profundizar sobre los aspectos más detallados de Yo Antes de Ti pueda acudir al libro.
En primer
lugar, dejando a un lado la coincidencia o no con la decisión de William
Traynor, el film representa una alegoría a la libertad individual incluso
cuando ella es llevada hasta sus últimas consecuencias, lo cual por cierto de
forma alguna se debe entender como un estado de aflicción del alma para el
personaje interpretado por el actor Sam Claflin, sino, por el contrario, como
la única posibilidad real de ser feliz nuevamente.
Entre los
matices y puntos álgidos que rodean la elección de William, encontramos
distintos enfoques para acercarnos a la subjetividad individual de un hombre
cuyo entendimiento del mundo se edificó sobre la base de sus potencialidades
–mentales, físicas, de carácter- por 31 años, edad que tenía al momento de ser
arrollado por una motocicleta, lo cual devino no sólo en una parálisis casi
total de su cuerpo que lo confina a una silla de ruedas, sino quizá más
trágico, a una transformación drástica de su personalidad, ahora gobernada por
la frustración, la amargura y la impotencia.
Esta
subjetividad del protagonista, que en cierto modo podría interpretarse como una
suerte de “egoísmo”, se manifiesta de dos formas: por un lado, la de él
pensando en una existencia sin sentido aún con 31 años, muy a pesar de tener a
su lado a una persona para la que faltarían adjetivos -Louise Clark,
caracterizada por la actriz Emilia Clarke-, con la estabilidad económica
necesaria para afrontar un posible proceso de rehabilitación y con el apoyo y
amor de sus padres; y, por el otro, la de “condenar” a seres queridos al dolor
y al desgaste que implica atravesar un proceso de recuperación plagado de
incertidumbre y desdicha psíquica, corporal y espiritual, comprendiendo que
puedes desfallecer en cualquier instante dada nuestra naturaleza finita, pero
cargando con la ulterior responsabilidad de restarle tiempo vital a aquellos
que lo son todo aun cuando éstos acepten voluntaria y generosamente brindar tal
acompañamiento.
Examinado
así, la elección puede resultar más lógica y apegada a un estricto sentido
ético liberal –uso y disposición de la propia mente, emociones y corporalidad
dirigidas hacia la búsqueda, conquista y salvaguarda de lo que llamamos
felicidad como instancia inexorable e indivisible de todo individuo-, pues ella
se trata finalmente, al menos en las sociedades abiertas, del respeto recíproco
entre semejantes, y de la cual se desprende luego aquella atención respecto al
interés de no generar sufrimiento en otros, principalmente de los más
cercanos.
Puede que
aproximarse a estas nociones resulte escabroso, sin embargo pareciera que
incluso empíricamente, la determinación de William tiene más asidero del que
inicialmente pensamos.
En la cinta denominada La Teoría del Todo, reconocida narración sobre la vida de Stephen
Hawking, su esposa Jane evidencia a lo largo de la misma un consumo físico,
mental, espiritual y emocional cada vez más significativo con el paso del
tiempo por elegir –voluntariamente- acompañarlo en el proceso degenerativo
resignando en gran medida sus propios sueños, proyectos y deseos. Esto, a
simple vista, pudiese asumirse como un argumento a favor de William en Yo Antes de Ti, pues quizá no solemos
meditar que el amor más grande a demostrar puede no necesariamente construirse
alrededor de nuestra entrega, fidelidad o compromiso con el ser querido, sino
en base al estoicismo de renunciar a éste cuando advirtamos que nos hemos
apartado, por uno u otro motivo, de lo que se considera su felicidad. No
obstante, es importante aclarar que lo anterior, en el caso de la película aquí
analizada, no es una invocación al abandono o insensibilidad hacia quien padece
tales infortunios –quien escribe es un defensor de la moral civilizada
indispensable para la cooperación social-; se trata simplemente de introducir
una mirada por lo general reprobada en nuestro entorno cultural y social
tendiente a ensalzar nuestros peores vicios como virtudes.
Retomando el
planteamiento anterior, William concibió su vida de una sola manera, y no
estaba dispuesto a sufrir un proceso de adaptación superlativa que le
permitiera asumir que podía tener sentido continuar. Si bien es cierto que no
podría realizar decenas de actividades cotidianas de su vida anterior, otras de
presumible valía sí. ¿Por qué no intentarlo? Traynor era en gran medida el “superhéroe”
de su grupo de amigos, posiblemente el más destacado y para quien el mundo era
un lugar de aventuras por conocer y explorar. Esto hace que la ruptura entre
los dos tiempos vitales, su procesamiento y posterior andanza, sea psicológicamente
muy complicada, dejando como única salida la libertad de elegir en estricto
apego a la emotividad personal.
En nuestras
sociedades modernas, puede que lo difícil de aprobar y respetar decisiones como
la práctica de la eutanasia radique –al margen de los complejos, prejuicios y
sesgos en su mayoría religiosos- en una incapacidad de autorregular nuestros
instintos de preservación interindividuales –desde luego con especial énfasis
en la familia- en beneficio de las autonomías individuales. Esto explica que
sea inaceptable y hasta demente tanto para Louise como para los padres Traynor
la asimilación de una tempestiva opción a juicio de William, pues sólo la
internalización tradicional de ciertas reglas, principios e ideas –entender
básicamente que está bien y es justo que sea así, como al revés si fuera yo el
objeto de la circunstancia- permite la autorregulación de nuestras pulsiones
primarias más gregarias, lo que no quiere decir que de pronto se vuelva fácil
el asunto. Otro factor a considerar alude a la edad. Que alguien de 70 u 80 años
en una situación de salud irreversible emprenda este camino quizá no generaría
mayor debate. Pero que una persona de 25, 35 o 45 años piense que “el milagro
de la vida” ya no tiene sentido, a pesar de la discapacidad, no deja de ser
algo espinoso, por lo cual cabe subrayar la postura adoptada por Louise y los
padres Traynor al apoyarlo en el episodio final de su existencia, pues aunque
devastados, encarnaron la máxima aspiración humana de una conducta virtuosa al
respetar la voluntad del prójimo. En este sentido, es oportuno recordar las
palabras de la hermana de Louise, quien sostiene en una conversación con ella que
deben otorgarse garantías a las elecciones ajenas, en tanto nadie mejor que
cada individuo para pensar y sentir su espacio en el mundo, sus preferencias e inquietudes,
y lo mejor que podemos hacer es actuar en consonancia brindando nuestro afecto
con imaginación y creatividad durante el tiempo restante del mismo.
Por supuesto
que para el espectador general, quizá algo acostumbrado o esperanzado por los
finales felices –la palabra entendida en su acepción regular-, la propuesta de Yo Antes de Ti deja un sinsabor y más
sombras que luces a primera vista. Pero como sabemos, la mayoría de los
desenlaces en el mundo real suelen ser así, quizá más crueles o difíciles de lo
que desearíamos, y no pocas veces nuestras propias experiencias vitales son una
prueba de ello. Empero, tales eventos, lejos de angustiarnos y conducirnos a la
inacción o al ensimismamiento, pueden fungir como catalizadores que permitan el
despertar de un estado de la consciencia centrada ya no en la felicidad como
fin en sí misma, sino en lo que el filósofo alemán Wilhelm Schmid denomina la cuestión del sentido. En relación a esto,
el autor expone en su libro La Felicidad:
Todo lo que debe saber al respecto y por qué no es lo más importante en la vida
lo siguiente:
“Cuando nos preguntamos por la “felicidad”,
en realidad nos solemos referir al “sentido”. La felicidad puede ser un
concepto que sustituye al de sentido. Muchos prefieren hablar de felicidad
puesto que es la palabra que utiliza todo el mundo y parece que cualquiera
entiende bien. Pues sólo preguntar por el sentido causa angustia a muchas
personas, ya que intuyen el abismo que podría abrirse al hacerlo (…) La
urgencia por encontrar la ansiada felicidad puede servir como indicio de la
desesperación que provoca la privación de sentido. ¿Pero qué es el sentido? Se
habla que algo “tiene sentido” cuando se pueden reconocer conexiones, es decir,
cuando las cosas, los seres humanos, las experiencias o los sucesos concretos
no se presentan aislados, sino que de alguna manera están relacionados unos con
otros”
Esta lectura
abre la puerta para explorar las conexiones establecidas entre William Traynor
y Louise Clark –interindividuales- en Yo
antes de ti, pero además funciona como un lente distinto a través del cual
mirar nuestra naturaleza interior –intraindividual-, muy necesaria para
comprender finalmente una elección centrada en el cese de la existencia. Prosigue
Schmid así:
La experiencia del sentido tiene como
consecuencia la felicidad, y la plenitud se basa principalmente en la
experiencia de una plenitud de sentido. Las
conexiones que ve el individuo y en las que quizá esté integrado proporcionan
la felicidad de la coherencia: algo puede ser coherente aun encontrándose
disperso, pues es la coherencia la que le da sentido. Las relaciones tienen
sentido siempre que establezcan conexiones que puedan experimentar al menos dos
personas al buscar encuentros, al mantener conversaciones, al prestar atención
a los modales”
Y sobre la
mirada al sustrato más espiritual, lo que en palabras del ensayista alemán se
define como el sentido que se percibe en
el fondo del alma, dice:
“Una condición importante para muchas
conexiones exteriores son las interiores dentro del propio individuo, que se
convierten en una forma de trabajo para el hombre moderno: hacerse amigo de uno
mismo, incluso amarse, significa crear sentido para dirigirnos contra el propio
desgarro interior que también socava las conexiones exteriores (…) La relación
con uno mismo es, por ello, la base para las relaciones con otros, para la
creación y el cuidado de las conexiones sociales más diversas”
Cultivar un
estado de consciencia propio que admita la honestidad y el realismo de una
filosofía ética y moral fundada sobre estas nociones, en contraposición a
nuestros impulsos biológicos más primitivos, es lo que en gran medida ha
posibilitado el progreso de la civilización occidental por selección adaptativa
de aquellas costumbres, valores, ideas y emociones respetuosas de la dignidad
humana, y en donde la autonomía personal y la búsqueda de sentido –felicidad-,
siempre subjetiva de cada uno, juega un papel cardinal, pues al final también
como razona Schmid, la felicidad tiene sentido, valor para quien la
experimenta, justamente porque existe la infelicidad, lo cual permite asumir
aquella como un evento episódico y efímero, pero a la vez notable y
trascendental.
Es así como,
indudablemente, Will Traynor representa la personificación del individualismo
en su expresión más incandescente, pues como sostiene también David Hume en sus
Ensayos Morales, Políticos y Literarios,
no es en modo alguno reprobable cuando el suicida estima que su vida se ha
tornado espantosamente miserable e insoportable, sin esperanza alguna de ser
revertida.
Finalmente,
una contribución extraordinaria de este personaje por hacer del mundo un lugar
mejor, se da curiosamente con su amada Louise Clark. Frecuentemente, la mayoría
de nuestras costumbres y tradiciones en torno a la familia, muchas de ellas
imperativas para el mantenimiento del fuero interno, se edifican sobre
creencias relativas a la resignación total o parcial de sus integrantes en pro del
bienestar colectivo, olvidando que, en el proceso, pueden lesionarse derechos
individuales vinculados al despliegue de las propias capacidades, talentos,
sueños y proyectos de vida. Más allá de la visible armonía y calidez existente
en la familia de Louise –por cierto para nada carente de importancia-, la cinta
transmite por momentos una suerte de solidaridad impuesta y coactiva sobre este
personaje por parte de sus familiares. Nos referimos por ejemplo al pasaje
donde su hermana le solicita encarecidamente que continúe haciéndose cargo del
sostenimiento económico familiar con el objeto de ella asistir a la universidad
o destinar sus recursos al cuidado de su hijo. O la perenne tensión mental que
experimentaba Clark sabiendo que su padre estaba desempleado -motivo por el que
asiste a la entrevista en casa de William Traynor-, todo lo cual entorpecía
constantemente su despegue individual. Tales petitorios pueden ser moralmente
reprochables, pues la protagonista no es responsable de las consecuencias de
los actos libres de su hermana o de su padre, ni debe sentirse condicionada a
actuar bajo la lógica del buenismo
que sirve muchas veces de entrada al abuso o la explotación de unos a otros,
sea ello un ámbito familiar, comunitario o político. La solidaridad, la
simpatía y la cooperación entre personas serán siempre deseables en toda
sociedad cuyos valores morales apunten a supervivencia de la especie, siempre
que estén alejados de todo chantaje que pretenda encubrir los resultados no
previstos de las elecciones de otros.
En este
contexto, y con una personalidad a todas luces cautivadora, Louise requería
comprender que la vida era algo más que cumplir responsabilidades en gran
medida endosadas por otros, logrando alcanzar tan necesario estado de
consciencia sobre sí misma durante su relación con William, quien a cambio del
rescate de su humanidad, su sentido de la vida, sus pasiones y, en especial, de
convertirse en “la única razón que tengo
para levantarme por las mañanas”, le enseñó, en palabras de Miguel de
Cervantes en su legendaria obra Don
Quijote de la Mancha, el bien más preciado que los cielos dieron a los hombres:
su libertad individual, la cual experimenta en la secuencia final de la
película.
Yo antes de ti constituye una apología a la actitud personal y al amor propio como pilares para el establecimiento de conexiones afectivas y perdurables con otros, los cuales, tanto como la búsqueda del interés personal, no son excluyentes ni discriminatorios de los demás para la conformación de una vida que valga la pena vivirse, sino que, contrario a lo que nos han hecho creer, simboliza el paso fundamental para la asunción de los problemas desde una perspectiva resolutiva que involucra un necesario crecimiento personal, un llamado a la acción en respeto y amor por la dignidad individual y la de nuestros seres queridos.
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