viernes, 21 de junio de 2024

El Bullying como metalenguaje del vacío: reflexiones desde El Señor de Las Moscas

 



El bullying o acoso escolar es un fenómeno social que despierta cada vez más preocupación en los distintos componentes de la sociedad. Con frecuencia suele despertar episodios de inquietud y afectación en padres y apoderados, desasosiego en cuidadores escolares y medidas erráticas en su abordaje desde las instituciones educativas. Poco que decir de las políticas públicas estatales, usualmente focalizadas en las consecuencias y no genuinamente en sus causas, en la sanción y no en la fuente del Ser y su génesis. Ello ocurre de forma similar en los sistemas de salud modernos, entregados en general a la cultura mainstream de la estadística y la resolución, convertidos en centros de enfermedad, cuyo propósito se ha ido reduciendo en 'aliviar' el ocaso vital de personas, imbuidas en dinámicas cuasi programadas de la existencia.

Retomando el punto inicial, la UNICEF y la UNESCO definen el bullying o acoso escolar como “un comportamiento negativo y agresivo que implica un desequilibrio de poder. Incluye acciones repetidas o amenazas destinadas a causar daño, miedo o incomodidad a otras personas. Este comportamiento puede ser físico, verbal o emocional y se produce tanto en entornos escolares como fuera de ellos”. Hace especial énfasis en el que sería el aspecto más determinante de este círculo deconstructivo, al señalar que “puede tener efectos negativos y duraderos en la salud mental y emocional de los niños y jóvenes afectados”, en etapas donde la personalidad, el temperamento y la búsqueda de identidad comienzan a manifestarse en la pubertad.

Desafortunadamente, en una sociedad cada vez más inerte, que centra su atención en noticias de inteligencia artificial, naves espaciales y movimientos ideologizados, descuidamos un asunto que a todas luces impacta directamente en el ecosistema psicoemocional de niños y niñas, que por razones propias de la juventud no suelen contar con las herramientas para navegar las tempestades propias de condición humana (considere que aún ni usted ni yo las tengamos).

Por fortuna, existe aquel llamado conocimiento acumulado por la humanidad, que reúne el conjunto de producciones en las distintas áreas del saber, en un intento por combatir nuestra marcada ignorancia estructural. En esta línea, las obras de la literatura clásica, basadas en la pluma de prolíficos autores, son siempre un bálsamo para adentrarse a comprender las raíces de nuestra historia y sus fenómenos derivados. Tal es el caso de la reconocida novela El Señor de las Moscas, escrita en el contexto de los años sucesivos a la Segunda Guerra Mundial por el británico William Golding, que representa esa especie de pecado original de la voluble conducta infantil y púber cuando es sometida a la vastedad del mundo sin reglas, referencias o creencias. Esta fábula acerca de la moralidad -o de su ausencia- en los primeros años, constituye un esfuerzo por acercar un elemento esencial de análisis a la realidad de muchos niños y niñas que experimentan acoso escolar, o de cualquier tipo, en la actualidad: los móviles, símbolos y, sobre todo, metalenguaje que sustentan la complejidad de las cambiantes relaciones humanas.  

Tras un accidente que los deja en abandono en una isla desierta, 30 niños deben encontrar la forma de sobrevivir al aislamiento, la solitud respecto a los adultos y la cruda realidad de la vida natural, buscando crear lazos reconocibles que movilicen esta supervivencia, mientras aguardan con esperanza la llegada de un rescate. En este devenir de acontecimientos, emergen dos figuras de liderazgo contrapuesto: en primer lugar, Ralph, un niño con ciertas disposiciones genéticas y epigenéticas hacia la civilidad, la razón y la idea de que en la cooperación social basada en el cuidado mutuo reside el arte para confrontar esta adversidad. Por otro lado, se eleva la figura de Jack, un joven igualmente idealista pero cuyo móvil de acción es la fuerza y el dominio, bajo la idea de que sólo los más duros sobreviven el infortunio. En medio de esta pugna que empieza a generarse entre los líderes enfrentados, un piloto del avión sobrevive, empezando a ser objeto de sospecha, temor y desconfianza por parte de los grupos de niños. Su posterior huida a la indiferencia y casi tortura que le dispensan los jóvenes en este viaje oscuro, cada vez más deformados ante el peso del vacío, lo lleva a refugiarse en una cueva, misma que se vuelve una representación sobrenatural dentro de los compases de la novela -y la excelente película que lleva este mismo nombre-, hasta tal punto que los sobrevivientes comienzan a hablar de un ‘monstruo’ que allí habita, el cuál recibe la cabeza de un jabalí muerto como símbolo del mal (una especie de representación arquetípica de Belcebú). A medida que los acontecimientos se precipitan, la cabeza comienza a acumular moscas, como metáfora de la descomposición moral que experimentan los sobrevivientes.

En este contexto, podemos encontrar numerosos pasajes que dan cuenta del desolador espíritu que acompaña el bullying, a través de distintos asedios, persecuciones y castigos que emprende el nuevo líder tribal Jack contra aquellos que pertenecen a la comunidad rival, en un intento indirecto por socavar también los fundamentos civilizatorios defendidos por Jack, desde el miedo y la represión. Un caso icónico sería el de “Piggy”, un niño con sobrepeso que se vuelve blanco de las constantes burlas y persecuciones, no sólo por su aspecto sino por ciertas “debilidades” de nacimiento, como el usar lentes, vestir de determinada manera formal, o actuar de forma íntegra y leal hacia Ralph, comportamientos por cierto muy similares a los que suelen ser fustigados en nuestro mundo real. También otros niños del grupo, al mostrar su inocencia, temor y confusión ante lo que viven, son tratados como cobardes y débiles, por el nuevo orden establecido una vez Jack se hace con el poder, generando en cada uno de ellos desenlaces inimaginables para el espectador, pero apegados a la realidad biológica de nuestra especie, más allá de toda corrección política imperante.

Lo cardinal en este relato humano, al margen de la crueldad generalizada con ciertos atisbos de luz, es la posibilidad de identificar las profundidades que movilizan al Ser incluso desde estas edades, como un metalenguaje que no somos capaces de distinguir por quedarnos comúnmente en lo evidente. Este metalenguaje implica un primer estadio de autodescubrimiento, cuando la persona es expuesta a las mareas del entorno, pero también permite detectar en aquellas personas que los rodean una necesidad no cubierta, una añoranza, un dolor, o cualquier emoción o razón que motorice acciones en principio “no previstas” en un infante. Los niños y niñas son, en esencia, terrenos fecundos para el cultivo, y es en función de aquel ambiente genético, pero sobre todo epigenético y vivencial, que se formarán las bases psicosociales para conducirse en un mundo que no les deberá nada, pero que podría exigirles todo tanto por azar, infortunio o por el error/acción de otro (Memento Mori, la idea de que podemos morir en cualquier momento y eso potencia el valor que le damos a cada instante de vida).

Por ende, más que un espejo de nuestra capacidad para actuar desde el mero bien o el mal, El Señor de las Moscas ofrece una perspectiva amplia de la naturaleza humana en los primeros años de vida, retrotrayendo la complejidad que nos caracteriza, plagada de aquellas zonas grises que emergen desde la inocencia, el placer, lo lúdico y el ímpetu. Con tiempo y acompañamiento, el norte nos llevará a distinguir y actuar desde la mediedad aristotélica (con virtud, sindéresis y coherencia racional) o desde la inclinación hobbesiana (la violencia, el carácter, la fuerza y el valor puestos al servicio del poder o el ego). Nos permitimos dejar por fuera de esta discusión la postura roussoneana del ser humano como propenso a actuar naturalmente en función de la bondad, siendo sólo pervertido por fuerzas sociológicas externas, ya que a nuestro entender, aunque tal orientación fluctúa en los cimientos de la personalidad, se aleja de la esencia aristotélica, cuya fina propuesta de aquella complejidad reconoce no sólo la fluctuación entre las polaridades, sino que acentúa la idea de que el alma racional también tiene deseos y se mueve por pasiones, y por tanto la conquista sobre el si no va sobre quién es bueno o quién es malo (el potencial para desarrollar ambos existe en cualquier ser humano), sino en cómo se entrena, reflexiona y eleva el espíritu para contener el arrastre y desenfreno de las apetencias, como lo son el poder y el placer, representadas fielmente en El Señor de las Moscas.

Para dar pasos en la dirección de no descuidar este metalenguaje, especialmente en el caso de padres, apoderados y cuidadores, como a la hora de afrontar todo desafío, autojuicio o sufrimiento, un posible curso de acción lo representa la atención primero y aceptación posterior, o el hecho de reconocer la derrota en las maneras en que solemos abordar estas situaciones, especialmente cuando nuestras vidas han cambiado en relación con el tiempo de calidad que solemos dedicar a nuestros hijos. Como espacio natural de evolución y búsqueda de ampliar las perspectivas, abrazar el sentimiento que como doliente tenemos e integrarlo a nuestra experiencia constitutiva, puede significar un punto de inflexión en la tarea trascendental que como responsables y acompañantes de sus vidas tenemos, evitando que el vacío y la mezquindad se apoderen, recordando que no sólo se trata de capítulos donde nuestro ser querido podría ser la víctima u objeto de la persecución, sino también por ignorar que, sin hacerlo de forma deliberada sino producto de la misma inocencia, desconocimiento o falta de distinción en un mundo cada vez de más grises, podría ser él o ella quién esté actuando en perjuicio de otro.

 

Para ti, niño, niña, adolescente: porque todos lo fuimos y todos lo seremos de alguna manera, hasta el fin

 

Como se mencionó al inicio, según las definiciones de la UNICEF y la UNESCO, el acoso “puede identificarse a través de tres características: intención, repetición y poder. Un acosador tiene la intención de causar dolor, ya sea a través del daño físico o de palabras o comportamientos hirientes, y lo hace de manera repetida. Los niños tienen más probabilidades de ser víctimas de acoso físico, mientras que las niñas suelen sufrir acoso psicológico”.

Nadie sabe realmente lo que estas acciones pueden hacerte sentir, más allá de ti mismo/a. Por ende, no hay una fórmula mágica para ofrecer alivio, pero si podría haber algunas ideas para que puedas canalizar esta energía de malestar, confusión, impotencia, frustración y aislamiento. Si alguna vez has sentido que estas cosas te pasan, una posible forma de reconocerlo y sacarlo, que puede ser difícil pero ayuda mucho, es escribiendo la acción misma y cómo te hizo sentir. Puedes escribirlo en un diario, en una nota del celular, o de cualquier modo que lo consideres siempre que procures mantenerlo en privado. Lo más difícil podría ser conversarlo con alguien al inicio, por el temor de aceptar cómo te hizo sentir, pero también porque no deseas preocupar a tus seres queridos. Pero ten en cuenta que ignorarlo, negarlo o evitarlo soluciona muy poco; y si te puede hacer sentir muy mal con el tiempo. Por ello, lo importante es que centres tu atención en aceptar qué ocurre y qué sensaciones despiertan en ti. Imagínalo como una prueba del héroe/heroína que eres en tu propia historia, y tienes que superar diferentes pruebas para aprender, en un acto de confianza y encuentro contigo mismo/a.

Posterior a hacer este trato de reconocimiento y amabilidad contigo, y cuando lo creas conveniente, podríamos intentar hacer la segunda cosa difícil: entender por qué la o las personas que te tratan así, lo hacen. Habrás sentido que te gustaría responder de alguna forma a su maltrato, quizá ya lo hiciste o has estado a punto, pero sin hacerlo. En cualquiera de los casos, no olvides que tu no ocasionaste esta acción, por lo cual no debes sentirte mal. Pero para pensar en cómo actuar frente a esos otros compañeros/as que te molestan, sin caer en la impulsividad, es importante entender que ellos tampoco comprenden del todo por qué lo hacen. Lo más probable es que tengan una historia que motive ese comportamiento, y que, a diferencia tuya, no hayan podido pensar en cómo se sienten, que los impulsa a hacerlo, y cómo pueden evitar esa actitud, que más allá de dañarte, les daña y dañará finalmente a ellos/ellas hasta que puedan comprenderlo y trabajarlo. Todos nos criamos en un entorno del que no elegimos estar, pero siempre podremos, al menos en una pequeñita parte, elegir cómo actuar y responder frente a lo que nos pasa. Así que perdónalos si puedes, pero como su actuar no depende de ti, enfócate en ti, entendiendo a la vez que su comportamiento va más allá de lo que hacen. Eso te permitirá lograr algo importante, que es controlar tu respuesta y saber cómo protegerte de mejor manera, más allá de decirlo a las autoridades del colegio (profesores/as, directores/as, que es relevante).

Si decides tomar estas dos opciones previas desde el uso de tu libertad, puedes pensar en comunicarle a tus padres o algún ser querido en quién confíes y creas que puede ayudarte. Ten presente que el conversarlo te ayudará como segundo paso a la idea de escribirlo y conversarlo contigo mismo al inicio, hasta que estés listo/a para hacer parte a otras personas que te quieren. También puedes contactar a hermanos, primos, amigos en los que confíes, pues ellos también podrán ayudarte con su opinión y darte ideas para llevar mejor la situación. Recuerda, nunca estás solo/a.

Por último, investiga, lee, busca personas referentes del mundo que hablen sobre estos temas y en los cuales puedas apoyarte para obtener herramientas que te permitan conocerte mejor y saber cómo actuar en situaciones difíciles. También puedes practicar actividades variadas como la meditación, algún arte marcial o hacer ejercicio. Estas iniciativas, más allá de que te harán sentir más confianza y capacidad, te darán algo mucho más importante: un conjunto de principios y valores sobre los cuales elegirás como actuar en el mundo, pues en él están presentes personas que han superado momentos difíciles también, o se encuentran en la misma búsqueda que tú para saber cómo lidiar con sus problemas. Intenta buscar siempre el desarrollo de tus habilidades, físicas, mentales y sobre todo espirituales, finalmente en cualquier actividad que te guste y haga crecer como persona. Ello no sólo te acercará a tu mejor versión, sino que te permitirá entender que tu valor y fuerza no provienen del reconocimiento ajeno, sino de tu amor propio y cultivo de tu ser interior. Nunca olvides que el potencial de descubrirte está allí, sólo debes abrirte a él. Confía siempre en ti.


sábado, 8 de junio de 2024

La Humanidad Compartida: una oda a la Alteridad

 


En 1969 el psicólogo Carl G. Jung publicó su libro Los Arquetipos y el Inconsciente Colectivo, provocando un sismo en los entonces basamentos de la psicología tradicional. Acostumbrada a un enfoque inclinado hacia el psicoanálisis freudiano, ésta centraba su atención en la práctica clínica y/o terapéutica, en aras de comprender procesos mentales, así como en intervenir el desarrollo de enfermedades con el objeto de rehabilitar la psique.  Así, cuando Jung emerge con su noción de que existen conexiones entre ciertas representaciones de nuestro pasado como especie, que trascienden generaciones y serían constitutivas de nuestra identidad biológica (los arquetipos), produce una disrupción en el entonces orden establecido, generando las siempre deseables dudas en todo campo del conocimiento. Según la tesis de este Inconsciente Colectivo, legados de culturas ancestrales habrían experimentado a través del tiempo aquellas manifestaciones, en forma de emociones, anhelos o acciones.

Debates aparte, lo interesante del hito en cuestión se traduce en el referido hecho de ampliar la mirada respecto a las formas clásicas de hacer prosperar la ciencia, sin perder el norte respecto de su propósito (conocer y comprender el mundo) y sus métodos (rigurosidad y falseabilidad), este último punto, por cierto, donde se le cuestiona al reconocido médico y ensayista suizo. Tal realidad de contrastes y resistencias, de orden y caos, ha estado presente en otros tejidos de la psicología moderna. A efectos de las líneas que siguen, nos referiremos a las maneras tradicionales de aproximarse al mindfulness o meditación, cuyo abordaje investigativo se fundamenta en la evidencia sobre la observación del otro, desde una mirada externa a la encarnación de la vivencia. ¿Podrían la solidez teórica y el registro de datos acaso estar omitiendo aspectos elementales de esta sensación emanada de cada ser humano, no endosables de forma íntegra entre la primera persona (que moviliza) y la tercera persona (que analiza) dentro de práctica terapéutica?

A este llamado atiende la propuesta ontológica de la Humanidad Compartida, al menos desde la perspectiva impulsada por el profesor Claudio Araya Véliz en el libro que lleva este nombre (Humanidad Compartida: habitando juntos el momento presente) el cual, más allá de inquietar a las formas ortodoxas de entender y documentar las conexiones que establecemos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, persigue la simple práctica e introspección intencionada, en busca de conciliar aquellas emociones, anhelos o acciones que forman parte de nuestra esencia, sea que compartamos o no un Inconsciente Colectivo.

De forma sencilla, La Humanidad Compartida nos habla de conexiones dotadas de significado, que pueden producirse entre personas que habiten un mismo tiempo vital pero que no se restringen a las limitaciones del Cronos: su esencia no sólo se basa en la empatía, sino más allá, una especie de experiencia bidireccional común con el proceso ajeno, de un conocido, de alguien localizado en otro país e incluso en otro momento histórico, que encarnó momentos de felicidad, inquietud o dolor. Incluso en un juego de interpretación, el propósito de esta suerte de co-dirección energética nos llevaría a unir ambos dominios, cultivando una o más relaciones con personas con las que tenemos contacto y podríamos a la vez sentir que las conocemos de otra vida, o de toda la vida.

En la relación con uno mismo, la Humanidad Compartida también tiene qué decir. Nos recuerda que todos nos encontramos en un sendero propio, disímil y por tanto incomparable entre sí. Algunos de búsqueda, otros de realización, otros de extravío, donde la sensibilización de lo humano debe poder aflorar para reconocer y nutrir la experiencia compartida. Reafirma el valor del autocuidado, desde la autocompasión, un componente por lo general olvidado en nuestra “apretada agenda diaria”. Motorizado por la práctica cotidiana y la puesta en servicio de la propia vivencia, esta idea amplifica no sólo la posibilidad de comprender al prójimo, sino de acompañar su flujo vital también desde ese cuidado, para el alivio de sus infortunios, sufrimientos y reveses, en una espiral de aceptación y valoración de la vida -contraria al nihilismo- que se asemeja al código de conducta del estoicismo, desde la acción y la aceptación (Amor Fati, noción definida así tiempo después por Nietzsche). Así, al reconocer en el otro una parte de nosotros, de sus luchas y caídas, de sus conquistas y satisfacciones, podemos integrar la totalidad de la experiencia en nuestro avatar corporizado.

Esta mirada representaría una oda hacia el concepto de Alteridad, entendida como la experiencia de la otredad: la existencia de otro ser humano, con rostro, identidad y bagaje en el devenir de la existencia catapulta mi propia noción de vida -subjetividad- hasta el plano de la vivencia compartida -intersubjetividad-, expandiendo así las premisas éticas y morales sobre las cuales ejercemos nuestro libre albedrío o irrevocable práctica de la libertad individual. 

La Humanidad Compartida nos recuerda que no elegimos cuando nacer, ni las condiciones en que lo haremos, pero sí refuerza en la premisa tolkieniana de que podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado, y que por tanto los encuentros de almas entre seres vulnerables son un camino hacia la eudaimonia (florecimiento o autorealización), pudiendo completar el círculo de la vida. La Alteridad nos permite situarnos en el lugar del otro, en lo ajeno, no sólo para coadyuvar en los estragos de su interior sino también para crear nuevos caminos, bajo la idea de que éste tiene información importante de la que carezco, favoreciendo así un proceso de co-construcción creativa que conduce al aprendizaje mutuo.  Finalmente, la alteridad nos recuerda a respetar y amar a las personas por su naturaleza. No sólo por sus virtudes, sino principalmente, en sus horas bajas: en palabras de Jung, enseñaría a comprender y amar a la sombra, los demonios, los sitios oscuros a donde pocos en las sociedades actuales llegarían para conquistar y conquistarse (pues la persona es mi espejo bajo este enfoque, sus ojos son mis ojos) interiorizando que a su vez provienen de una historia.

Para quién sepa apreciarlo, la Humanidad Compartida representa un salto de calidad hacia el árbol relacional de la existencia que en parte pareciera hemos perdido, producto de la operativización y/o sistematización de la vida. Su simplicidad y profundización constituyen una oportunidad exploratoria en las maneras del Ser, de actuar y de amar en el mundo.

jueves, 8 de febrero de 2024

Autocompasión: el arte de cultivar el diálogo interior


 


En la entrega anterior revisamos los conceptos de prosoche y compasión, brevemente introducidos para orientar los cimientos de esta serie que busca la observación de nuestras conductas desde la reflexión diaria, entendiendo la esencia fenomenológica que nos caracteriza como personas singulares y únicas, a la vez que conscientes del que podría ser nuestro norte como especie: la humanidad compartida. Esta trascendente definición, que comentaremos en una próxima entrega, parece encontrar ciertos fundamentos en aquella construcción individual de la experiencia, traducida en el cúmulo de momentos de introspección, cuando nos encontramos con aquella única persona con la que venimos al mundo y con la que partiremos: nosotros mismos.

Para abordar esta perspectiva, corrientes filosóficas como el budismo y el estoicismo, así como algunas teorías y terapias de la psicología moderna más recientemente, repasan una muy relevante noción que trata justamente de uno de los posibles destinos de esta relación que desarrollamos con nosotros mismos a lo largo de la vida: nos referimos a la autocompasión. Le habrá sucedido a usted que, ante una situación adversa o crítica de alguien a quién quiere o, por mero respeto y empatía al prójimo, el espectro de respuestas casi automáticas que adopta en esas situaciones van desde la protección, el cuidado, la atención, el diálogo amable, la simpatía y la entrega de ayuda; y sin embargo, estas reacciones no suelen ser proporcionales cuando el afectado es usted mismo ¿Por qué?

De acuerdo con la autora Kristin Neff en su estudio La Ciencia de la Autocompasión, esta disposición del sí mismo habla de reorientar aquellas conductas que solemos manifestar en los estados de compasión ahora enfocados hacia nosotros mismos, permitiendo que surjan prácticas como la comprensión y el autocuidado, en contraposición a respuestas deconstructivas y carentes de aprendizaje y responsabilidad, como podrían ser el autocastigo, la burla, el cinismo o la crítica desmesurada proveniente de nuestra voz interior cuando sentimos que hemos fallado en algo, lo que genera espirales de toxicidad mental que inhiben el uso facultativo del fracaso como lo que realmente es: la oportunidad de convertir un desacierto o una debilidad en la fortaleza del mañana.

Siguiendo brevemente con Neff, la experta sugiere que el comportamiento deseable sería aquél basado en la calidez y el contacto propio, en lugar de la fustigación o la sensación de incompetencia. Para ello, menciona 3 componentes centrales que deberían caracterizar a la autocompasión. 1) El mindfulness o presencia plena (similar a la prosoche estoica comentada en el artículo anterior), 2) la humanidad compartida (que revisaremos en próximas entregas) y 3) la bondad dirigida a nosotros mismos. Sobre este último punto, que refiere hacia el trato humano y basado en el amor que dispensamos a los demás en momentos de tempestades, vale decir que conecta con el planteamiento previo de por qué solemos evidenciar conductas diferenciadas dependiendo de la persona objeto del sufrimiento o revés, donde la historia evolutiva de nuestra especie parece arrojar algunas luces. Al ser animales sociales, así como desarrollamos instintos de cuidado y acompañamiento de nuestros grupos para la supervivencia, también es cierto que otorgamos mucha importancia a dos elementos centrales de las tribus: la confianza y la aceptación del grupo -este último referido “al qué dirán”-. En el primer caso, ante un fallo, distracción o indiferencia de una determinada tarea o actividad de la que dependiera el conjunto, es cierto que una consecuencia casi natural era la mirada con sospecha o incluso la pérdida de confianza, lo que minaba nuestra autoestima al recibir el juicio punitivo de la comunidad. Y consecuencia de ello, el segundo punto, al verse afectada nuestra reputación, la aceptación y valoración en la tribu, esa suerte de “ranking” o estatus social que entonces nos capacitaba para ejercer determinada función, quedaba resentida, con lo cual el individuo perdía “valor” objetivo dentro del grupo, pudiendo conducirle incluso al aislamiento o la expulsión.

Por todo lo anterior, nuestro cerebro y su fisiología están más preparados para responder ante la calamidad ajena con mayores márgenes de tolerancia y empatía que con la propia, conocedores de las implicancias de entonces sobre el costo del fracaso, lo cual de hecho ocurre con otras especies del mundo animal. Desde luego, nuestra mente y cuerpo no son suelen ser conscientes de que las actividades, ni los peligros, ni necesariamente las valoraciones de las tribus de hoy en día son las de otrora; al contrario, en la mayoría de nuestras culturas actuales se suele exhortar mucho más esta empatía extendida de lo que podía ocurrir antes, motivo por el cual debemos procurar ser más conscientes de nuestros sesgos evolutivos y desarrollar una mirada más compasiva y autocompasiva, como vías de desarrollo personal.

Entonces, ¿cómo conciliar la idea de la autocompasión con un diálogo interior que procure apuntar a la excelencia, sin caer en estadios vacíos como la autocomplacencia o la lástima?  A este respecto, la filosofía estoica ofrece algunas ideas interesantes para diferenciarlas y, sobre todo, responder de una manera sosegada y ecuánime siempre que iniciemos la conversación con la persona en el espejo. En primer lugar, deberíamos comprender que lo usual es fallar, errar. De esta manera llegamos a sobrevivir desde la era de las cavernas, hasta hoy: ensayo y error. La única forma de no fracasar es no haciendo nada, estado de conducta que podría ser realmente el único fracaso real. Toda acción o empresa que emprendamos conllevará riesgos, y justamente son estos, como una mala decisión, los que llevarán de un punto otro, sólo si logramos analizar detalladamente la información que nos proporciona. Pero previo a este examen del mundo externo, se debe viajar al interno y generar la narrativa adecuada. Lo susceptible a cuestionarse dentro de un proceso de mejora continua debería ser el comportamiento, y nunca la persona que lo manifiesta. Así como en los debates intelectuales se valora el hecho de contrastar ideas sin atacar personas, la esencia del diálogo interior debe estar orientado a la detección de los fallos como datos de interés para la elaboración del mañana. Por tanto, en lugar de llevarte a la corte del juzgado, ser juez, jurado y sentencia, primero conviene un minucioso paseo de reflexión y autocompasión. Perdonarse, levantarse y continuar, en un ciclo consciente no sólo dirigido a focalizar la energía hacia la creación de soluciones a esa realidad específica, sino a innovar en las condiciones para que florezca el aprendizaje, sin la carga emocional autoinfligida. 

Los estoicos solían registrar sus propios fallos, para crear conocimiento a partir de ellos y mejorarse, proponiendo soluciones o sistemas de atención que les permitieran establecer dichas acciones correctivas. Pero, sobre todo, nunca olvidaron que la vida es un continuo y puede empezar en cualquier momento, por lo cual un día, visto en perspectiva de un proceso vital, no debería marcar tu futuro. Es tiempo de que lo recordemos y, sobre todo, implementemos, conquistando así la posibilidad de volverte tu mejor amigo y aliado.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Prosoche y Compasión: una búsqueda de la expansión





El ser humano es un animal social. Si revisamos nuestra historia a través del tiempo, encontramos una suma de esfuerzos originados desde lo individual hacia lo colectivo que hicieron posible el desarrollo de las sociedades modernas. Estos esfuerzos, producto de adaptaciones evolutivas en el plano moral, fomentaron valores como la libertad, el respeto recíproco, la división del trabajo y la cooperación social, como alternativa a la capacidad de violencia intrínseca al hombre que, por siglos, condujo a la conquista, la guerra o la opresión. Así, en este devenir fruto del ensayo y error, nuestra especie necesitó creer, algunas veces a través de formas religiosas y otras simplemente fruto de la fe en sus propias potencialidades basadas en sistemas o prácticas, ideas que por siglos fueron trabajadas y documentadas por un puñado de personas que intentaban conocerse más a sí mismas y, en el proceso, entender la naturaleza humana.

Los estoicos constituyen uno de estos grupos de personas que, a través del desarrollo de una filosofía práctica y un sistema mental capaz de operar en el mundo, se preocuparon por cómo sus pares podrían alcanzar este potencial. Y quizá gran parte de su relevancia yace en el hecho de que lo hicieron desde la experimentación en sus propias vidas, siendo emperadores, senadores, líderes de escuelas o incluso esclavos, lo que distingue su enfoque de otras muy válidas vías para descubrir lo que podemos llegar a ser. Dentro de su eminente literatura, en esta ocasión nos gustaría comentar introductoriamente un aspecto, inaugurando este espacio de descubrimiento e intercambio de perspectivas: la prosoche o atención plena y, cómo ella podría asociarse a la compasión.

Definido de forma sencilla, el término prosoche hace alusión a la capacidad de focalizar la atención y el pensamiento consciente con un determinado propósito. De esta forma, desarrollar la habilidad de actuar bajo esta idea ampliaría nuestras posibilidades de atender lo que pensamos y sentimos respecto de cualquier externalidad. Religiones como el budismo y disciplinas como la psicología moderna también se valen de este mecanismo de captación sobre el flujo de nuestros pensamientos y emociones para comprenderlos y, en lo posible, gobernarlos, otorgándonos el control de decidir nuestra respuesta en casi todo momento. Así, esta visión de desarrollo de la prosoche en nuestra vida cotidiana nos concedería un sinfín de ventajas prácticas para navegar las, con frecuencia, turbulentas aguas de la realidad, aprendiendo a diferenciar aquello que nos excede como seres humanos del espacio donde nuestra consciencia y actuación pueden jugar un rol clave.

Por su parte, el vocablo compasión puede asociarse a un rasgo que conecta con la empatía extendida o la facultad de conectar con los sentimientos de dolor, aflicción o pesar de otro individuo. Incluso algunas personas la caracterizan como un rasgo de la personalidad que emana debilidad o victimización. En este espacio, la compasión -y su visión expansiva sobre el yo, la autocompasión- son disposiciones que nacen fruto de un interés genuino en comprender aquella naturaleza humana que nos convoca como seres sociales, que posibilita la expansión del ser y de su entorno al adentrarse en los confines de la asertividad, la empatía, la responsabilidad, la libertad y la consciencia. 

Por tanto, esta tribuna estará dedicada a su reflexión, comprensión y práctica, desde el intercambio abierto entre personas que, desde su caminar cotidiano, vida y experiencias, intentan asomarse a esos confines de conceptos como la atención plena y la compasión, para entenderse a sí mismos y aprender de otros, en un proceso de co-creación, humanidad compartida y curiosidad frente a otras alternativa que nos distancian, construyendo capacidades para gobernarnos lejos de conductas reactivas, violentas o dispersas, en la búsqueda por alcanzar un poco más esa mejor versión de cada uno en el sendero de la existencia.

martes, 8 de marzo de 2022

The Batman: El largo Halloween de una familia y su ciudad


Carlos Herrera O.


Prólogo


La mitología del caballero de la noche posiblemente sea la más popular y reconocida por los seguidores y aficionados del mundo de los cómics. A través de historietas, libros, series, películas y tantos otros contenidos comercializados desde 1940, sus epopéyicas acciones en contra del crimen organizado de Ciudad Gótica, así como su sombrío pasado y complejidades como individuo, nos han conquistado por su capacidad de transmitir emociones e incertezas más allá de cualquier otra encarnación de la casa Editorial DC, logrando empatizar y hacernos sentir parte de su ciclo trágico y, por momentos, inexorable.

Así, en el marco de la riqueza de su canon y reforzado por una atmósfera lúgubre y personajes obnubilados de primera línea, pocos quizá se imaginaban que, dentro de la cultura del mainstream, pudiera emerger otro largometraje que contribuyera de forma singular a encumbrar todavía más el mito del hombre murciélago. Y es que la nueva película del director Matt Reeves, The Batman, no escatima en riesgos, mirando a través de una lupa -de forma literal- cómo una urbe es víctima de sus demonios producto de intrigas del pasado y una ferviente lucha por el poder y sus estructuras.

Un elemento creativo del realizador y su guion que vale la pena desentrañar de esta historia que, sin ser de origen, nos retrotrae justamente a su génesis, es el relativo a las experiencias de vida de la familia Wayne y sus motivaciones, quizá una de las apuestas más estremecedoras de la cinta más allá del caos desatado por el Acertijo y sus consecuencias. A través del tiempo, los padres de Bruce Wayne fueron representados en general como un arquetipo del bien, de la integridad, la transparencia y la preocupación por alcanzar una sociedad más justa y cooperativa. Esta imagen, por instantes inmaculada de Thomas y Martha, se ve pocas veces comprometida a tal punto como lo propone la nueva producción de Reeves -importante recordar también la propuesta del director Todd Phillips en El Joker con su visión de Thomas Wayne, su campaña y su posible relación con el personaje principal-, al introducir un argumento que pone en tela de juicio la sanidad mental de la madre de Martha, como ejecutora de su propio esposo, sin revelar todas las causas.

De acuerdo con la visión de The Batman y algunas historietas que desarrollan su historia, las familias fundadoras de la ciudad están representadas en los Wayne y los Arkham, dos acaudalados grupos cuyas perspectivas sin embargo parecen seguir una línea tendiente a la filantropía y a la responsabilidad social. En ambos casos encontramos la materialización de estas intenciones, por ejemplo, representados en la creación de orfanatos, fundaciones de ayuda social, y el más que reconocido asilo de Arkham, institución que fue concebida como un espacio de rehabilitación para personas con distintos trastornos. 

Justamente en esta trama se inserta la situación vivida, según la película, por Martha, quién de acuerdo con algunos relatos de origen, perteneció a la familia Arkham -poderoso colectivo de Ciudad Gótica sobre quienes recaería un mantra sobrenatural y ligado a la locura- y su matrimonio con Thomas podría haber sido fruto de la relación familiar que existía entre ambos consorcios. Sin embargo, luego del episodio descrito de su madre, Martha habría experimentado momentos de inestabilidad y quiebre psicológico, producto de una potencial enfermedad mental hereditaria que la habría llevado incluso a ser recluida en el asilo de Arkham para tratarse, fundado por Amadeus Arkham[1]. Por aquél entonces Thomas Wayne, en plena carrera electoral por la alcaldía de Ciudad Gótica y desafiando a distintos jefes de la mafia, se vio envuelto en una red de chantajes e intriga entre los principales exponentes del crimen en pugna, Salvatore Maroni y Carmine Falcone, recurriendo al segundo en un momento de debilidad -según relata Alfred- en busca de ayuda para evitar que el pasado de Martha fuera expuesto en la prensa, sin esperar el fatídico desenlace y consecuencias que su decisión traería en el futuro.

Lo relevante acá, a nuestro juicio, pudiera interpretarse en 2 direcciones: la primera, mostrar la existencia de alianzas entre grupos y/o familias con diferentes grados de poder, como ha existido se cree a lo largo del tiempo (Los Masones, los Iluminati, por citar algunos) y, la más importante, la “humanización” de la familia Wayne, su acción en búsqueda salvaguardar cierta aura de honorabilidad, que en realidad se traduce en la práctica en proteger a aquellos que más queremos.

Los pactos y acuerdos secretos entre ‘logias’ han ocurrido desde tiempo inmemoriales en distintas culturas, motivado a distintos intereses comunes que por general se mantienen al margen de todos los demás. Sin pretender establecer una comparación aquí entre dos familias de la ciencia ficción y grupos pertenecientes a la realidad, lo que toca el interés de quién escribe en este aspecto refiere más a la intención de anonimato y el resguardo colaborativo de situaciones donde la adversidad toma forma -como el ocultamiento público de la posible demencia o trastorno de Martha y su madre- en función de los compromisos alcanzados por un estatuto, ley, religión o norma tácita de cumplimiento o solidaridad.

En el caso de lo atingente a la familia Wayne, parece todo un acierto del planteamiento fílmico aquello de, incluso en la aparente panacea del estatus material y moral, cómo determinadas circunstancias o, ‘un mal día’ pueden llevar a personas decentes a tomar decisiones erráticas, comprometedoras o conducentes al dolor. Y pese a que ello no sea motivo precisamente de orgullo, es un elemento que fraterniza con las audiencias de hoy en día, con frecuencia sometidas en la vida cotidiana a presiones, dudas y temores que los empujan al límite. 

Esta variante de Thomas Wayne simboliza la fragilidad de una mente preocupada por proteger aquello que significa todo, incluso más allá de su legado, como puede suceder a un padre o una madre en la cotidianidad respecto de las vicisitudes que afronte su progenie, o cualquier otro miembro del núcleo familiar que no deseamos ver sometido a la mofa o mezquindad del escarnio público, especialmente en el mundo de hoy donde el linchamiento moral o espiritual está a la orden de una pantalla, sin comprender de causas o razones, a veces involuntarias, que acarrean desenlaces oscuros.

Empero, el asunto no termina aquí. El ciclo de tragedia y caos derivado de una acción se vuelve casi atemporal al marcar los destinos de generaciones por venir. Tal es el caso del Acertijo, cuya vendetta contra distintos grupos y sujetos específicos dentro de la trama nos retrata una espiral de crisis, resentimiento y odio contra lo que él cree fueron todos los responsables de su muy evidente desdicha. De esta forma, la ciudad, otrora representación de progreso y civilidad desde hace siglos para la humanidad, se vuelve un tablero del ajedrecista maestro para devolver cada día de su pesadilla.

Desde esta perspectiva, el filme puede ser interpretado como el ocaso de una familia y su ciudad, donde confluye la incertidumbre, la duda y falta de confianza en personas e instituciones. Un espacio donde la violencia tiene muchos rostros, ocupa muchos rincones y se nutre especialmente de la ausencia de valor y fe en las convicciones civilizatorias. Es, sin duda, tal y como describe la novela gráfica de Jeph Loeb y Tim Sale, El Largo Halloween de aquellos dos reinos, donde un heredero de la noche intentará rebelarse, aún en sus recurrentes cuestionamientos y con un aura inédita de locura como herencia familiar, en búsqueda de cortar el sórdido ciclo de tiniebla y perversidad.



[1] Para más referencias sobre la historia de la familia Arkham, ver Batman Tierra Uno, de Jeoff Johns (2012).   

domingo, 22 de septiembre de 2019

La Evolución del Cerebro


¿Son los progresos biológicos un signo de confianza en el hombre del mañana?




El pasado mes de junio tuvo lugar en la Universidad Autónoma de Chile la conferencia Evolución del Cerebro, encabezada por el dr. Terrence Deacon, neuroantropólogo estadounidense y actual profesor de antropología de la Facultad de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California, Berkeley. En dicho encuentro con profesionales vinculados en su mayoría al saber de las ciencias sociales y biológicas, así como estudiantes universitarios pertenecientes a los distintos programas de estudio en esas áreas, se presentó desde una mirada rigurosa y científica un relieve del funcionamiento del principal -y acaso más importante- órgano de la constitución humana, mediante una descripción del conjunto de transformaciones que los indicios, estudios y evidencias han logrado registrar a través del tiempo, especialmente en los últimos siglos a raíz de la complejización de las sociedades humanas desde sistemas originarios de intercambios simples.

Así, en el marco de las consideraciones introductorias de la charla, el experto disertó acerca de aspectos generales de la evolución humana tales como el proceso de encefalización, determinante en los marcadores de diferenciación entre los primates y el resto de mamíferos; la relación de los antropoides con el acervo de cambios graduales que experimentó paulatinamente el cerebro y su particular contraste entre el tamaño de éste en atención a su cuerpo y, finalmente, la llamativa tasa de crecimiento del cerebro durante la gestación del Homo sapiens donde, comparativamente con otros mamíferos, nuestro órgano craneal presenta dimensiones mayúsculas al cotejarse con la corporeidad del hombre en ese instante. Ahora bien, ¿Qué ocasionó todas estas innovaciones en el plano bioantropológico del ser humano y qué elementos lo habrían favorecido?
          
Los cerebros primates: del “mono” al hombre

Según lo explicado por Deacon, la pérdida de ciertos genes durante el proceso evolutivo humano, distinto al de otros primates, condujo a una disminución en los niveles de especialización desarrollados hacia ciertas tareas o comportamientos sociales presentes hasta entonces. El surgimiento del lenguaje, derivado de la necesidad de establecer vínculos, coordinar esfuerzos y perfeccionar actividades con otros individuos, sería una de las razones que conllevó a esta merma del genoma humano, lo que se asocia al desarrollo de la corteza cerebral como uno de los puntos más relevantes. Resulta llamativo que la maduración del cerebro está casi completa al momento de nacer, lo que distingue la “aventura” humana frente a la de otras especies.

No obstante, de acuerdo al investigador estadounidense, una de las características órgano-morfológicas más determinantes está representada en los llamados inputs/outputs (entradas/salidas) que brindan conectividad a la gran matriz cerebral, la cual explicaría en buena medida las capacidades de comunicación complejas desplegadas por el ser humano, que producto de presiones adaptativas, requirió de hacerlas más efectivas a través del tiempo. Las interacciones célula-célula habrían variado en nuestro órgano principal, haciéndolas más flexibles y produciendo patrones de reproducción neuronal distintos, al generar estados de competitividad entre funciones y subfunciones. Un ejemplo de ello serían los circuitos y “cableados” del ojo humano, cuyas estructuras nerviosas han experimentado cambios con fines de satisfacer necesidades, siguiendo la dinámica darwiniana de la selección natural.

De este modo, las neuronas compiten entre sí para generar estructuras más complejas, lo que habría traído como consecuencia la conformación de nuevos complejos y dinámicas -producto de mutaciones- para ofrecer soluciones a determinados desafíos provenientes de los variados fenómenos sociales e individuales hallados en la realidad. Todo esto sin que aumente el tamaño del cerebro, considerando que la capacidad craneana del Homo sapiens sigue siendo de unos 1600cc.

Como es de conocimiento más o menos general, las señales o estímulos del exterior (medio ambiente) son procesados por los sentidos, los cuales enlazan directamente con estructuras neuronales del cerebro, que buscan las mejores respuestas adaptativas. De acuerdo al dr. Deacon, existen indicios que sostienen que estas reacciones adaptativas se estarían produciendo en tiempos relativamente más cortos de lo que solía ocurrir con grupos humanos de hace unos pocos siglos e incluso décadas.  

Teoría del Dispersamiento por Competitividad

Los cambios en la conectividad de los procesos cerebrales se guiarían, de una manera muy simplificada, de la siguiente manera: 2 objetivos ↔ 2 fuentes: la competitividad celular eliminaría una fuente para posibilitar la optimización de funciones, de acuerdo a las necesidades y los límites del espacio craneal (donde no todas pueden prosperar). A este proceso el científico de la Universidad de Berkeley lo denomina Dispersamiento por Competitividad, que básicamente alude a una modificación en los patrones de conectividad neuronal.

El número de conexiones que en la actualidad presentarían esta dinámica se desconoce, sin embargo, aquella relación entre la corteza motora y la laringe que posibilita la articulación de sonidos complejos y da basamento al lenguaje se encuentra en investigación, en tanto se intenta profundizar en las distintas áreas de la corteza cerebral que están involucradas en la producción del mismo. Este retrato de la evolución humana, según el dr. Deacon, indica que el ser humano es un “simio degradado”, refiriéndose esta degeneración como positiva en el tiempo pues sus consecuencias otorgaron una composición morfológica más plástica, flexible y epigenética.  

Evolución y cultura: ¿Habrá un hombre del mañana?

Las implicaciones biológicas que estas “actualizaciones” cerebrales generarán para la especie y su vida en sociedad son inciertas, en un mundo contemporáneo plagado de luces y sombras. Los avances tecnológicos han supuesto cambios y reajustes en los distintos ámbitos del quehacer humano, mejorando en consecuencia su calidad de vida; sin embargo, las nuevas generaciones de seres humanos parecen responder a intereses y estímulos en general menos ontológicos y más prácticos que los de sus pares del pasado, donde el escepticismo, el existencialismo y el relativismo en campos como la fe, la moral, la historia, el orden social e incluso por momentos la ciencia parecen no satisfacer sus expectativas.

De acuerdo al profesor Deacon y las investigaciones realizadas, las variaciones de conectividad en el cerebro parecen haberse acelerado en los últimos 200 años, lo cual coincidiría cronológicamente con eventos como la Revolución Industrial (S XVIII) y explicaría cuando menos parte de los cambios adaptativos actualmente en estudio. Las mutaciones por supuesto han sido claves, desde episodios donde los grandes simios nómadas comían frutas hace unos 35 mil años, pasando por la necesidad de aliarse cada vez más con otros con fines de supervivencia –reproducción, territorio, alimentación-, hasta los últimos dos siglos de descubrimiento científico y progreso tecnológico. Los nuevos genes mutados reemplazan cada vez más a los previos a través del tiempo, demostrando mucha mayor versatilidad en sus funciones y respuestas, lo que podría estar de alguna manera vinculado a una suerte de simplificación axiológica en la especie, lo que representaría hasta cierto punto, una paradoja.   

Nuestros bebés están naciendo en “modelos más grandes”, es decir, con aparentes propiedades y herramientas que parecen distinguirlos ante sus ancestros, siendo esto comprobable por cualquiera que haya interactuado con un niño en los últimos años. Sin embargo, se puede decir también que atraviesan de una manera más sensible las distintas experiencias emocionales: nostalgia, frustración, alegría, miedo, rencor, etc., con importantes capacidades para memorizar un rostro o identificar sonidos de una manera diferenciada. Las emociones evolucionaron en el contexto de la socialización humana, variando sus mecanismos y modos por siglos en el marco de la cultura hasta nuestros días, lo cual hace conveniente no perder de vista las consecuencias de las optimizaciones neurológicas en las nuevas generaciones y cómo dialogan con sus sentimientos.

Si las emociones están incorporadas en los procesos conscientes del lenguaje y la comunicación a través del habla, y éstos reflejan una determinada disposición del cerebro frente a circunstancias específicas, parece no sólo necesario sino transcendental estudiar y comprender la potencial correlación que existe entre los progresivos y formidables cambios acumulados en las estructuras del cerebro y las relaciones intra e interpersonales de las nuevas generaciones. Quizá en esa búsqueda se encuentre no sólo la respuesta sobre el ser humano del mañana y la sociedad que le cobije, sino también podría retornar aquél espíritu que hizo al hombre pionero y emprendedor de su propio destino.


viernes, 1 de diciembre de 2017

Liga de la Justicia: en búsqueda del ideario perdido






Terrorista: “No puedo creerlo. ¿Qué eres?”
Mujer Maravilla: “Una creyente”

Alfred: “Ya no reconozco este mundo…”
Bruce Wayne: “No tenemos que reconocerlo. Sólo tenemos que salvarlo”

“Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho.”
Antoine de Saint Exupéry



Con frecuencia resulta interesante en la vida establecer algunas analogías, metáforas y conjeturas sobre hechos o situaciones que, no siendo su propósito al tiempo de ocurrir, nos devienen en lecciones o enseñanzas no sólo ventajosas para enfrentar el incierto mañana sino resolutivas de nuestro propio camino, al formar parte del caudal de conocimiento, información y vivencias acumuladas que solemos llamar experiencia. Ya lo expresó Steve Jobs en cierta ocasión, con sencillez y maestría, durante su recordado discurso en la Universidad de Stanford, EEUU, al argumentar que “no se pueden conectar los puntos –de la vida- viendo hacia adelante; sólo puedes conectarlos mirando hacia atrás. De modo que tienes que confiar en que los puntos de alguna forma se conecten en el futuro. Tienes que confiar en algo –tu instinto, destino, vida, karma-, lo que sea. Este enfoque nunca me ha fallado, y ha hecho toda la diferencia en mi vida”. Quizá pocas perspectivas y enfoques sobre la conexión causal de las decisiones y acciones humanas, sobre todo en marcos de crisis existencial, permitan ilustrar de mejor forma lo que, con sus sumas y sus restas, plantea la última película del universo cinematográfico Detective Cómics (DC), nada más y nada menos que la Liga de la Justicia.

La gran comunión de varios de los más grandes superhéroes clásicos gestados en el siglo XX, como Batman, la Mujer Maravilla, Superman, Flash, entre otros, finalmente llegó al celuloide y con ello al gran público, en una era donde la vanguardia narrativa reposa en la competencia, los Estudios Marvel, primacía en general obtenida a pulso a través de historias bien contadas –sobre todos las películas monográficas introductorias y alguna excepción más contemporánea como Doctor Strange-, personajes empáticos y grandes dosis de entretenimiento, éste último rasgo intrínseco del mencionado Estudio propiedad de la casa del ratón Mickey. De allí el doble reto de la casa DC, producir una primera puesta en escena grupal, creíble y original de sus héroes que lograra una aceptable respuesta de los críticos, aficionados y espectadores en general, y por el otro, hacerlo sin adoptar la fórmula Marvel, más conservadora, agradable a fines comerciales y con los espacios de tiempo necesarios para presentar a todas sus figuras individualmente antes de juntarlas en una misma cinta.

En este sentido, los resultados hasta ahora cosechados por la Liga de la Justicia parecen no alcanzar todas las expectativas en las mencionadas categorías; sin embargo, ello está lejos de significar que el metraje dirigido por Zack Snyder y finalizado por Josh Whedon –quizá justamente esta una de sus señaladas debilidades, al tener la visión de dos realizadores- sea de manera alguna laxo, falto de sustancia o reprobable, en sus distintas aristas y arcos argumentativos. A juicio de quien escribe, el filme ciertamente presenta algunas inconsistencias de guión, progresa de una forma muy dinámica en su trama sencilla y lineal –la invasión a la tierra de un ser intergaláctico del planeta Apokolips llamado Steppenwolf, cuyo propósito es reunir las cajas madre para formar ‘la unidad’ (la fusión de estas tres piezas de poder) y recrear en la tierra un mundo similar al de su origen, gobernándolo en nombre del déspota Darkseid- y no logra definir su auténtica identidad al combinar tonos e ideas por momentos contrapuestas entre sí, a diferencia de películas como Batman v Superman de Snyder y Los Vengadores: La Era de Ultrón de Whedon, que si las observamos con detenimiento, evidenciarán la impronta y estilo, disonantes entre sí, de sus progenitores.

No obstante de estas consideraciones, Liga de la Justicia aborda cuestiones trascendentales para quien se encuentre interesado en escucharlas, observarlas y analizarlas más allá de los tropiezos técnicos, artísticos, de efectos especiales y las eventuales transiciones repentinas entre seriedad y diversión -ésta última siempre bienvenida, cómo no, en las grandes salas de proyección cinematográfica-, pues como dijera el gran escritor Antoine de Saint Exupéry, “lo esencial es invisible a los ojos”. Y vaya que lo está siendo, sobre todo, para muchos críticos, cuya labor por cierto condiciona, manipula y deforma, cada vez más, el criterio libre e independiente de los espectadores, convirtiéndose en un preocupante monopolio más de nuestro mundo, muy similar por cierto al dominio de las encuestadoras y consultoras políticas, que piensan, por lo general, que las personas son meras estadísticas inanimadas o se mueven por pulsiones básicas primarias de mera subsistencia. Se podría decir que con muchos críticos de cine ocurre lo mismo que con los malos economistas. Como sostuviera Frédéric Bastiat, son capaces de prever los efectos visibles o a corto plazo, pero no piensan en aquellos en el mediano o largo que deben, con responsabilidad, ser previstos. Y en una era donde la palabra está siendo cada vez más sustituida por la imagen, el pensamiento por el entretenimiento trivial y los seres humanos por los números y las ecuaciones, las historias y películas basadas en cómics, entre otras pocas herramientas similares, se convierten en esa suerte de especie en extinción que sirve de plataforma para transferir reflexiones, valores e ideales a la sociedad, promoviendo ideas y construyendo el tejido moral y cívico de ésta.  

De esta forma, los siempre válidos y necesarios cuestionamientos técnicos, argumentativos y artísticos de cintas como la Liga de la Justicia deberían ir siempre acompañados por una visión más amplia y sustanciosa de lo que estas historias se proponen como objetivo subsiguiente en las personas, que no es otro que representar nuestros más humanos dilemas, vicisitudes, miedos y tragedias para identificarlos, comprenderlos desde un lente distinto y coadyuvar en la construcción de posibles respuestas útiles frente a ellos, que servirán para forjar el carácter individual por medio de ideas, juicios, valoraciones y emociones necesarias a fin de lidiar con nuestras vulnerabilidades, enfrentarlas con pericia y disposición y no claudicar ante los muros de la desafiante existencia.

Dicho esto, conviene retomar el planteamiento inicial e introducirnos en aquellos ingredientes que confieren valor agregado a esta producción cinematográfica, mediante un intento de profundizar en la conexión causal referida no sólo entre las historias de vida de personajes como Bruce Wayne, Diana Prince, Barry Allen o Victor Stone y sus motivaciones para construir e integrar una poderosa alianza de defensa del planeta, sino que, como es la intención subliminal de estas líneas, desentrañar las enseñanzas que este equipo, a través de sus actos, individuales o grupales, nos dejan para la realidad, siguiendo lo expuesto por Jobs. Para ello, se han identificado tres grandes elementos que, de una u otra forma, toca la cinta de Snyder y Whedon: la importancia del liderazgo en los grupos humanos, el valor de las alianzas y la necesidad de redimensionar nuestra noción de la esperanza.                       
Existen tres cosas, entre otras, sin las cuales un hombre o una mujer libre y digno (a) no puede vivir: sin auto-liderazgo en sus ideales éticos políticos, civiles y espirituales –que no necesariamente religiosos-, sin la creencia de que la cooperación social, las asociaciones y las alianzas son y serán siempre mejores que su alternativa de intentar hacer todo por uno mismo depositando su fe en el egoísmo irracional –que no individualismo- y, finalmente, sin la comprensión de que la esperanza, valor muy proclamado en nuestro mundo, es un vehículo para alcanzar valores, instituciones y relaciones más tangibles y humanas, como por ejemplo la justicia, la verdad y la libertad.

Luego del encuentro entre Batman y un parademon explorador, que anticipa la llegada de una nueva amenaza a la Tierra, la película arranca con las implicaciones y consecuencias de un mundo sin Superman, posterior a los acontecimientos acaecidos en su antecesora cronológica, Batman v Superman, en donde éste último se sacrifica para vencer al temible Doomsday engendrado por Lex Luthor. Esto es, una orbe de luto, sin aspiraciones, desprovista de convicciones e ideales, depresiva y vulnerable frente al ascenso del terrorismo, el crimen organizado, el hampa común y la pobreza –una interesante puesta en escena y banda sonora dan compás a esta secuencia-, en búsqueda de luces para continuar adelante mientras contemplan el símbolo del superhéroe caído.

En este contexto lúgubre irrumpe la primera aparición de la Mujer Maravilla, truncando los planes homicidas de un grupo de fanáticos extremistas contra un edificio público en París, en el pasaje quizá más realista y mejor acabado de toda la cinta, sobre todo considerando la escalada terrorista actual en EEUU y algunos países europeos, lo que añade vigencia, contemporaneidad y cuantía a la intervención, aun cuando ficticia, de Diana Prince ante la principal sombra que hoy se yergue contra la civilización occidental, un llamado silente a la asunción de posturas firmes frente a los episodios de terror. Acá podría visualizarse una primera representación de los tres elementos identificados: el surgimiento de liderazgos alternativos, comprometidos, ante la desaparición o anulación temporal de otro –lo que demuestra que al final el mensaje no gira en torno individuos concretos que materialicen las acciones o proezas, sino a ideas y creencias que cualquiera pueda ejercer y salvaguardar-, el papel crucial del equipo para dar la cara en momentos de crisis, problemas o ausencias y la derivación de la esperanza en justicia, al menos observada desde un sentido metafórico, durante la presentación inicial de la Mujer Maravilla de pie sobre la estatua de Temis o Dama de la Justicia en la mitología griega –encarnación del orden divino, las leyes y las costumbres, al presente una invocación de la fuerza moral de los sistemas judiciales-.

En tanto prosigue la cinta nos percatamos rápidamente de los roles esenciales que desempeñarán Bruce Wayne y Diana Prince para hacer frente al peligro que se avecina, en memoria del caído hijo de Kriptón, lo cual permite ahondar en el asunto del liderazgo, y trazar sus equivalencias en nuestra cotidianidad. Sintiéndose corresponsable por la caída de Superman, Bruce se entiende y erige como el responsable principal que deberá unir y hacer funcionar a un grupo de metahumanos con distintos talentos, capacidades y también personalidades, enfrentando así su primer dilema inmerso en la tragedia que definió su vida: renunciar a la soledad y aislamiento del vigilante de ciudad gótica para ejercer una labor –pública, podría decirse- de guiar a otros ante un desafío de proporciones globales, como el arribo de Steppenwolf y sus parademonios. Y es mediante su inigualable inteligencia, su genio estratégico, sus amplios recursos y, por encima de todo, su formidable carácter que logra con éxito solventar diversas circunstancias a lo largo de la cinta con miembros de la Liga como Arthur Curry –Aquaman- y el mismo Barry Allen. Con éste último, por cierto, hay una escena que demuestra bien lo acá expresado, durante el primer encuentro de la Liga con el invasor y su ejército en los túneles de Ciudad Gótica:

- Flash: “Yo nunca he estado en un campo de batalla. Sólo empujo a la gente y luego corro.
- Batman: Salva a uno.
- Flash: ¿Qué?
- Batman: Salva a uno.
- Flash: ¿Y luego?
- Batman: Lo entenderás".
                             
Veamos ahora el caso de Diana. Su historia monográfica, llevada al cine por la brillante Patty Jenkins en Wonder Woman, permitió precisar su postura ante el mundo del hombre, cien años después de abandonar por primera vez la Isla Paraíso para encaminarse junto a Steve Trevor a salvar vidas en la Primera Guerra Mundial. Así, encontramos a una mujer confinada a cierto ostracismo voluntario producto del dolor de la pérdida pero también de sus duras lecciones aprendidas sobre la especie humana, que la mantuvieron en general al margen del contacto con personas. Ahora bien, luego de comprender el mensaje de Hipólita y la llama alusiva a una invasión en los eventos de Liga de la Justicia, debe también enfrentarse a sí misma, sus temores y preocupaciones de acercarse a otros y confiar en ellos, para impulsar una alianza con Bruce Wayne y reunir al resto de metahumanos. Si Batman se convierte en el líder estratégico y cerebral de este equipo, la Mujer Maravilla asume el mando más espiritual de la alianza, generando confianza entre sus integrantes, cohesión, sinergia y exhibiendo una invariable determinación de líder para detener los planes de conquista de Steppenwolf. En su intercambio inicial con Cyborg, ella apuntaría:

- Diana Prince: "Hace años me alejé de la humanidad. Pero con el tiempo entendí que debía abrirme de nuevo. Te necesitamos Victor, y quizá tú también nos necesites a nosotros”.

Bruce y Diana constituyen una dupla que transmite direccionalidad, estabilidad y fe al equipo, enfrentando no sólo las tragedias y dudas personales de Barry –con su padre, encarcelado injustamente por el supuesto asesinato de su madre-, Victor –que luego de un terrible accidente, en el cual pierde la vida su madre, queda afectado físicamente, y a fin de salvarle la vida, su padre decide usar una de las cajas madre y la tecnología kriptoniana para reconstruir su cuerpo bio-mecánico convirtiéndolo en un androide- y, finalmente, de Arthur –abandonado por su madre, la reina de Atlantis, cuando era niño, lo que lo convierte en un errante de los mares sin propósito claro alguno-, sino manejando sus propias debilidades, vacilaciones y diferencias de criterio en un contexto de crisis y de amenaza al planeta –vale recordar, por ejemplo, su desencuentro en torno a la alternativa de revivir a Superman-, evocando así en gran medida las mayores virtudes del liderazgo y la valentía de reconocer ante el otro los fallos cometidos luego de la necesaria introspección.

En este orden de ideas, ¿cuáles deberían ser los atributos que caracterizan, a grandes rasgos, a un líder? Lo primero podría ser que le da a la gente algo en qué creer por sí mismos, en sus talentos y capacidades. Saben que los conocimientos y destrezas acumuladas del conjunto son superiores en comparación al know how o saber de un solo individuo. Los líderes son aquellas personas que suelen hablar luego de haber actuado, dando siempre el primer paso hacia lo desconocido, con lucidez y coraje, asumiendo riesgos que otros no asumirían. En resumen, el liderazgo podría entenderse como un viaje para impulsar el ascenso de otros, crecer, creer, inspirarse y auto-liderarse dentro de un proceso de educación constante para quien lo practica, pues también el líder debe estar dispuesto a seguir y escuchar a otros, a delegar en otros, a confiar en otros, creando un tejido orgánico virtuoso. En Batman y la Mujer Maravilla convergen varias de estas cualidades a lo largo de la cinta, así como también se hallaron en grandes nombres de la historia como Abraham Lincoln, Margareth Thatcher, Henry Kissinger y Anna Politkóvskaya, por mencionar algunos, personas que con sus más y sus menos, sus aciertos y equivocaciones, sus fortalezas y debilidades, lograron dejar huella en su tiempo y espacio, siendo ejemplo para otros en no pocos sentidos y viviendo a través de muchas de las acciones que sus allegados realizaron consecuentemente. Así, estos condimentos, que no son objetivo central de Liga de la Justicia, nos permiten identificarnos con los personajes y auto-examinar los referentes que seguimos en nuestra vida diaria, a nivel político, económico, social, religioso, cultural e intelectual, su coherencia e ideales, empezando por nosotros mismos.                 

En íntima relación con lo anterior surge el propósito de la segunda cuestión a analizar, el valor de las alianzas y los equipos. Como se mencionó previamente, un líder comprende que nada es más beneficioso para alcanzar objetivos comunes y de interés recíproco que conformar asociaciones siguiendo el principio de cooperación social. En la película, esto se manifiesta desde el momento que Bruce Wayne interpreta que, sin Superman, el planeta está expuesto a una invasión espacial, luego de sus visiones y alertas en la trama de Batman v Superman. Por ende, entendiéndose excedido ante la ingente amenaza, elige informar y reclutar a otros individuos con el objeto de incrementar tanto sus posibilidades de resistencia y defensa como incluso de expulsión del conquistador. También lo asume así Diana al hacer lectura de la alerta enviada por su madre Hipólita y a pesar de sus grandes poderes, prefiriendo la opción del grupo antes que la acción independiente. Inclusive el renegado Aquaman, viendo cómo Steppenwolf logró hacerse con la caja madre resguardada en Atlantis, opta por dejar de lado sus costumbres de actuar en solitario, al margen de la civilización, para integrarse a la Liga luego del primer intercambio con Batman en aquella aldea nórdica. Tan disímiles entre sí como agradables al público, estos cinco superhéroes reconocen durante el progreso de la historia que sólo su coalición puede obstaculizar las ambiciones del dictador cósmico, representación que alcanza su clímax en dos momentos medulares: en primer lugar, cuando Batman decide actuar solo al momento de la confrontación final, para destruir una suerte de torre de energía que sostenía un campo de fuerza alrededor de Steppenwolf, atrayendo deliberadamente a las hordas de parademonios y generando la apertura para el resto de la Liga aún a costa de su propia sobreexposición. Ante estas circunstancias, la Mujer Maravilla, que dirigía al equipo, decide prestar apoyo al vigilante de Gótica, solicitando a Flash, Cyborg y Aquaman que actúen para protegerlo, al tiempo que lo hace ella misma. En esta secuencia, se dejaría ver el siguiente diálogo:

- Batman: “Esto no era parte del plan”.
- Alfred: “No, esto es el equipo”.

También emana con especial claridad al momento que Superman reaparece para participar en la batalla final. La aparición del superhéroe de rojo y azul inyecta una importante dosis de moral a los integrantes de la Liga –sobre todo luego del tenso reencuentro entre ellos y la confusión del kriptoniano-, que traslada el temor y las dudas a la acera contraria. Esta clase de momentos, por simples y hasta insignificantes que parezcan, en realidad componen esas píldoras que aterrizan la ficción en la realidad, abriendo el compás para la inferencia y la conjetura. De ello puede desprenderse que, motivados por la búsqueda de su interés personal –en este caso, en torno a valores e ideales-, los ahora seis miembros de la Liga reconocen que su encuentro será siempre mejor y más efectivo que su labor individual separada, al igual que cualquiera de nosotros podría internalizarlo de igual forma a la hora de celebrar un contrato, constituir una asociación civil, una empresa, un negocio o un proyecto de beneficencia, uniéndonos con otros para acercarnos más a la satisfacción de nuestras metas personales y mancomunadas. Ahora bien, resulta interesante subrayar la noción que aglutina a estos grandes superhéroes, y con ello nos referimos a los ideales. En su obra ¿Qué es la Democracia?, el reconocido politólogo e intelectual italiano Giovanni Sartori, arguye en relación a aquéllos:

“A la pregunta ¿qué son los ideales?, se responde intuitivamente que nacen de la insatisfacción de lo real, que reaccionan a la realidad (…) un ideal puede ser definido como un estado deseable de cosas que nunca coincide con un estado de cosas existente. Y de la razón de su nacimiento, en su devenir, se recaba también su razón de ser, su función. Si los ideales nacen en relación con lo real, entonces su quehacer es contrastar y equilibrar lo real (…) La afirmación de que los ideales son realizables en parte, es conciliadora. Las democracias liberales son ‘criaturas reales’ producidas por ideales. En cambio, es menos conciliadora la afirmación de que los ideales nunca son realizables plenamente. Pero la aceptación de esta tesis depende de cuánto la forcemos. Si sólo se intenta decir, por definición, que un ideal siempre trasciende a lo real, entonces decimos la verdad por definición. Pero yo intento forzarla y decir más (…) los ideales son, en primer lugar, una fuerza de choque al asalto. Y chocan y asaltan mejor cuanto más exageran y son exagerados”. 

Con esto parecen adquirir una nueva perspectiva dos instantes del metraje de DC Cómics: El primero es la obstinada elección de Bruce Wayne por revivir a Clark Kent, por todo lo que éste significa para la humanidad y para la propia alianza. De alguna forma, lo explicado por Sartori conecta en gran medida con la asunción de riesgos que el justiciero nocturno se plantea para ‘forzar’ su ideal, argumentando que el poder creativo de la caja madre en poder de Cyborg tiene alguna probabilidad de resucitar al  en ese momento caído Kent. El segundo alude a la naturaleza propia de héroes como Superman o la Mujer Maravilla, que para muchos, hacen referencia a paradigmas de moralidad y virtud casi imposibles de alcanzar para los mortales de carne y hueso. Siguiendo a Sartori, nada más lejos de la realidad. Hoy sabemos que muchos seres humanos se dedican a salvar vidas diariamente a lo largo y ancho del globo, de distintas formas públicas y anónimas, y que esos simples actos de cumplimiento de su tarea, de apego a las leyes o del respeto y simpatía por la vida y todo el universo de lo ajeno, ejemplifican el acercamiento más relevante al ideal del bien encarnado en los mencionados héroes de los cómics, con tan sólo usar esa ‘fuerza de choque’ ante la impostura, la indiferencia, el relativismo, el nihilismo o la colaboración directa con el mal. A raíz de ello, como Batman y sus aliados, la consigna es seguir exagerando cada día más en nuestras expectativas propias, retroalimentando así nuestros ideales y propagándolos a otros que posiblemente les hallarán su propio sentido, como Barry, Victor y Arthur en este filme.            

Por último, es necesario hacer referencia a los perniciosos usos de la esperanza como fin en sí misma, especialmente en los discursos políticos de la actualidad. El desarrollo de Liga de la Justicia tiene un par de comentarios en relación a este tema. El primero es de Lois Lane, intrépida periodista del Diario el Planeta en estado de desolación por la muerte de Clark. En algún pasaje intermedio de la cinta, en una conversación con Martha Kent, ella afirma que el periodismo “se trata de buscar la verdad”, es decir, la investigación de los hechos para esclarecerlos frente a la opacidad del Poder. Más adelante, un ya renacido Superman, al desafiar a Steppenwolf, señala: “Defiendo la verdad… pero también me gusta la justicia”. Estos dos diálogos sembraron en quien escribe una singular reflexión entre posibles valores vehículo que sirven para motorizar otros más palpables para la vida digna de un ser humano. En tanto la esperanza y la paz estarían en el primer grupo, la verdad, la justicia y la libertad estarían en el segundo. Veamos.            

La esperanza, sin más, sin un sentido moral y jurídico ulterior, generalmente manipulada, deformada y acaso prostituida en los tiempos corrientes, se ha convertido en la herramienta perfecta de chantaje y/o estafa de autócratas, populistas, tiranos, burócratas y falsos líderes, en general prosaicos o carentes de visión política, imaginación y convicción sobre lo que se debe hacer en un momento dado -especialmente en contextos de crisis existencial-, permitiendo el surgimiento de lo que Hannah Arendt llamó La Banalidad del Mal, o Aldous Huxley representó de forma espléndida con el “soma” en su novela Un Mundo Feliz, esa droga reproducida a gran escala para nublar el juicio de los habitantes de la sociedad fordiana de Londres y hacerles creer que eran felices, creando con ello autómatas y siervos del sistema absolutista. Por este motivo, la esperanza, mal entendida, erróneamente ofrecida y sobreestimada en su finalidad, puede convertirse en un potente narcótico que aniquila el razonamiento y la creatividad de las personas, haciéndoles creer que, tarde o temprano, una determinada situación o problema ‘mejorará’, como si las soluciones a los complejos asuntos públicos cayeran del cielo, sin una firme acción humana individual y conjunta –como hemos discutido a lo largo de estas líneas- para contrarrestar y eventualmente conjurar las pretensiones arbitrarias de las muy reales fuerzas del mal, como lo son el terrorismo, el crimen organizado, las burocracias mundiales, los regímenes totalitarios y no pocos intelectuales de talla internacional.

En otras palabras, la S de Superman, que simboliza la esperanza en el lenguaje kriptoniano, obtiene una actualización interesante –al igual que el personaje- a nivel valorativo, luego de sus grandes conflictos en la antecesora Batman v Superman. Ahora habla de la verdad, de la justicia, y no pocas veces en las películas animadas o historietas, de la libertad –para muestra, ver Liga de la Justicia: Una Nueva Frontera-, lo que refuerza la necesidad de promover y materializar prácticas, costumbres e instituciones más cercanas a la dignidad humana y no tanto a la promesa humana y quienes se oculten detrás de ella.

Como se ha intentado mostrar, Liga de la Justicia, a pesar de sus probables fallas e inconsistencias cinematográficas, aporta luces en la dirección correcta para aquellas personas que gustan del valor agregado de la cultura, en este caso, de la cultura popular más allá del mero entretenimiento del mainstream que, como argumentan en sus libros autores como Neill Postman -Divertirse hasta Morir-, Giovanni Sartori -Homo Videns: La Sociedad Teledirigida- y Mario Vargas Llosa -La Civilización del Espectáculo-, continúa su preocupante avanzada bajo la aclamación masiva del público moderno. Por suerte siempre aspiraremos a que exista una Liga de la Justicia que nos infunda valor y templanza, un Flash cuya gracia e ímpetu nos llene, un Cyborg resolutivo que nos solvente problemas, un Aquaman cuya osadía nos contagie, una Mujer Maravilla sabia y valerosa que nos impulse a más, un Batman cuyo genio y temperamento nos permita luchar otro día y un Superman que nos recuerde que la virtud y el poder residen en los individuos. Pero mientras llegan, nos tenemos a nosotros y nuestra capacidad de unir los puntos.